Dos años atrás en abril, se registró un crecimiento de 8,6% mientras la popularidad del presidente Ollanta Humala alcanzaba el 60%. Sin embargo, era fácil percibir que el gobierno sembraba las semillas de la desaceleración del crecimiento a través de la constante erosión de la confianza empresarial que, a la postre, terminaría con el dinamismo de la inversión privada, por entonces el principal motor del crecimiento.
Expliqué, en este mismo espacio, el origen de tal erosión: “...el daño autoinfligido a la confianza que produce la clarísima marca estatista de los últimos anuncios de su gobierno, por sugerir que en Venezuela hay ejemplos a seguir, por la aparente indiferencia ante importantes proyectos paralizados o postergados en minería y petróleo, por la falta de pericia y compromiso para conducir los procesos de consulta previa, por la falta de disposición en enfrentar al terrorismo blanco del movimiento antiminero, y por su ambigüedad frente a la suspicacia que rodea una eventual candidatura de su esposa. En efecto, el presidente parece estar jugando con fuego sin reparar que su popularidad puede incinerarse si ocasiona el fin de la bonanza económica” (“Jugando con fuego”, El Comercio, 27 de abril del 2013).
No cabe duda de que la disminución en los precios de los minerales ha afectado negativamente la tasa de crecimiento de la economía peruana. Dicho esto, conviene recordar cuál es el mecanismo que lleva a la disminución del crecimiento. La medida de crecimiento de una economía se hace sobre la base de precios constantes, es decir, si por ejemplo el precio del cobre cae a la mitad durante un año, ello no tiene efecto directo alguno sobre la tasa de crecimiento, ya que lo que importa en el cálculo del crecimiento es el número de toneladas producidas, salvo que tal caída en el precio produzca el cierre de la mina o una menor producción.
Existen, sin embargo, otros efectos indirectos de la caída en los precios que afectarán el crecimiento presente y futuro: menores utilidades y menos recursos para ampliaciones, menores impuestos, mayor dificultad en conseguir financiamiento, menores deseos de explorar y hasta menos empleos y consumo provenientes de las actividades conexas a la minería. Todo depende, por lo tanto, de si la caída de los precios vuelve inviables o no las operaciones en marcha, y más importante a los nuevos proyectos mineros.
En el episodio reciente de caída de precios de productos mineros no hemos visto algún significativo cese en operaciones mineras existentes. Lo que sí hemos vivido es la demora o cancelación de importantes proyectos. ¿Ha sido la disminución de precios de exportación la razón determinante en la demora o cancelación de los numerosos proyectos mineros en tal situación? La respuesta inequívoca es no. El Perú posee ricos yacimientos, bajos costos de energía, mano de obra e insumos que le otorgan, aun a los actuales precios, una ventaja competitiva extraordinaria. Si desde inicios de esta década se hubiese iniciado la construcción de una parte importante de los proyectos anunciados en minería y otros sectores, nuestra tasa de crecimiento sería por lo menos dos puntos porcentuales mayor gracias tanto a la contribución de los proyectos durante su fase constructiva como al volumen exportado una vez puestos en operación.
Es en la esfera política donde encontraremos las causas de nuestro fracaso al no poder mantener nuestro crecimiento al nivel de su potencial. Y es en la política donde ha naufragado la confianza. Confianza para iniciar un gran proyecto, un taller de costura o comprar una pequeña vivienda.
La amenaza de la cancelación del proyecto minero Tía María parece haber disparado alarmas en todo el Poder Ejecutivo revelando lo evidente de la relación entre la confianza y el crecimiento de la inversión privada. Pero ello no parece poder borrar la tensión entre la gran transformación y la hoja de ruta. Mientras cuatro ministros hacen denodados esfuerzos para salvar el proyecto, el presidente permanece al margen y solo expresa un tibio “hay que darle una oportunidad al proyecto”. Al mismo tiempo, en un encendido discurso en Pisco, el presidente continúa menospreciando la exportación de minerales y de harina de pescado. Peor aun, en un pasaje del discurso pronuncia la socorrida frase “el tiempo es oro”; se produce un hiato al darse cuenta de que ha mencionado la palabra maldita. Así, movido por su impronta antiminera, se apura en corregir: “o agua”. Tía María está herida de muerte.