El gran teatro del mundo, por Fernando de Trazegnies
El gran teatro del mundo, por Fernando de Trazegnies
Fernando de Trazegnies

Estoy seguro, amigos lectores, de que ustedes están tan hastiados como yo de tantas noticias de corrupción, cuestionamientos absurdos, personajes vergonzosos y, todo ello, dentro de una asfixiante atmósfera política. Por eso, les propongo conversar sobre otro tema totalmente diferente: el arte.

En particular, quiero hablarles de la literatura y el , porque en días pasados la Pontificia Universidad Católica presentó una obra de Calderón de la Barca titulada “El gran teatro del mundo”, con un éxito extraordinario.

El director de la obra fue nuestro conocido amigo y experto Luis Peirano, y la productora fue Lucila Castro de Trelles. La presentación tuvo lugar en la puerta principal de la iglesia de San Francisco y la plazoleta estuvo cubierta de asientos que albergaron a miles de personas.

Calderón de la Barca escribió obras de teatro tan removedoras como “La vida es sueño”, y también otras vinculadas más directamente a la religión bajo la forma de los llamados autos sacramentales. Pero en todas se advierte una angustia que solo puede ser calmada por Dios.

► LEA TAMBIÉN: "El gran teatro del mundo" reúne a un gran elenco de actores

Curiosamente, Calderón de la Barca incluye en sus autos sacramentales a Dios como “el Autor”, que interviene directamente en varias ocasiones. En “El gran teatro del mundo” comienza el Autor quejándose de que los hombres andan en continuas guerras y le pide al Mundo (también un personaje) que organice una fiesta. Y el Mundo le responde que lo hará y que todo será mejor.

Es así como van saliendo poco a poco los protagonistas de ese mundo, tales como el Rico, el Rey, el Labrador, el Pobre, la Hermosura, la Discreción y un niño. El problema está en definir qué papel van a jugar en ese gran teatro que el Mundo está organizando. Y, de primera intención, el mundo real se presenta muy desigual y muy desordenado.

Felizmente, luego aparece la Ley de Gracia que interviene para enmendar los errores de las personas. Y les da el secreto para realizar un mundo aceptable por el Autor: “Ama al otro como a ti y obra bien, que Dios es Dios”. Pero cada uno tiene su propia perspectiva de la vida, sin perjuicio de encajarla en el marco establecido por la Ley de Gracia.

Pese a ello, surgen yerros en los actos de los diferentes personajes y el Autor (Dios) hace ver que eso no está bien. Pero reconoce que ha dado a los personajes el libre albedrío y, por tanto, se limita a recordarles que hay que obrar bien porque Dios es Dios.

Finalmente, cada personaje va presentando su punto de vista. El Rey se lamenta que ya acabó su papel y que cada paso que da no puede ser hacia la cuna sino hacia el sepulcro; por ello, pide perdón por sus yerros. A su vez, el Mundo le exige al Rey que, ante la muerte, deje la corona y se olvide de todo lo que hizo. Y así cada actor va siendo desnudado de lo que tiene. Cada personaje de este teatro va terminando su actuación, con la aprobación del Mundo. Sin embargo, el Rico toma la posición contraria: si su papel (su vida) va a acabar, hay que divertirse todo lo posible, comer y beber, ya que se va a morir. El Rico se lamenta ante todo el mundo que exista la muerte.

► LEA TAMBIÉN: Proyecto "El Barco de Vapor" ahora irá a escena

El Autor (Dios) finalmente invita a cenar con él a los que cumplieron bien su papel en la vida; y es así como primero llama al Pobre y a la Religiosa. Sigue llamando luego al Rey y uno a uno va invitando a los personajes que aprueba. El único que queda al margen es el Rico. Se lo lleva el demonio.

Es así como la obra termina siendo una suerte de juicio final.

La pieza en sí misma es fascinante. Pero la puesta en escena frente a los campanarios de la iglesia excede a todo lo imaginable. No solamente la decoración es estupenda y el número de actores es abrumador (pues cada personaje principal tiene una secuela de seguidores de su mismo tipo), sino que, además, la música es maravillosa, las cantantes son extraordinarias, en la obra aparecen jinetes en verdaderos caballos. Y la distribución de todos esos personajes en las distintas partes del “tablado” (la plaza anterior a la iglesia) tiene un orden muy comunicativo.

Al terminar la obra, la inmensa e intensa lluvia de fuegos artificiales nos hizo sentir que efectivamente habíamos estado en un mundo fantástico y ahora atravesábamos un cielo cubierto de luces para regresar a nuestra vida diaria.

TAGS