En la última encuesta de El Comercio-Ipsos, el 74% desaprueba la gestión de y el 65% piensa que es mejor que se convoque a nuevas elecciones generales. En la de Datum, en “Perú 21″, el 92% afirma que el Perú se ha estancado o ha retrocedido en el año de del susodicho y solo el 23% quiere que su mandato llegue hasta el 2026. En la del IEP, en “La República”, el 66% considera que Castillo es nada o poco honesto y el 78% que con él la situación económica del país está peor. En la de CPI, en RPP, un 71% lo desaprueba, siendo la principal razón su falta de capacidad para gobernar.

Él replica: “¿Ustedes creen en las encuestas? ¿Ustedes creen en esa prensa? ¿Ustedes creen en los periódicos? Ha llegado el momento de creer en el mismo pueblo […], solo el pueblo salva al pueblo, duela a quien le duela”.

Pienso que, más allá del ‘bla, bla, bla’, Castillo sabe que las encuestas son certeras. Y ha leído con atención que las cuatro encuestadoras coinciden en que el Congreso es incluso menos aprobado que el Gobierno.

A partir de allí, trata de hilvanar un discurso político que lo recoloque. En esa línea está la inequívoca amenaza al Congreso: “ha llegado el momento de quitarle la mamadera a esos zánganos políticos tradicionales […] que se involucran en otras cosas, pensando a las dos o tres de la mañana para ver cuál va a ser el titular para atacar al Gobierno”.

Ya en mayo, el notorio aspirante al premierato, el ministro de Cultura Alejandro Salas, decía: “tengo la esperanza de que los congresistas escucharán a los ministros y los van a dejar trabajar. Y si eso no pasa, siempre queda la herramienta constitucional a la mano”.

En esa línea hay que leer también las declaraciones del influyente (en Castillo) ministro de Justicia Félix Chero: “confiamos en que los […] que lideren el Legislativo puedan trabajar junto al Ejecutivo en favor del país [...]. De no ser así, existen decisiones constitucionalmente viables que podrían tomarse desde el Gobierno, como un eventual cierre del Congreso”. Para añadir: “soy el asesor del presidente y asesor del Ejecutivo, y estoy convencido de que la habilitación constitucional la tenemos”.

Ahora dice que no dijo lo que dijo. Pero el problema es que las torpes y provocadoras declaraciones de Chero se dan a la par de las aún más agresivas de Castillo, un presidente desesperado por las evidentes consecuencias que tendrían para él y sus allegados dejar el poder.

Lo lógico sería concluir que no descartan usar “la habilitación constitucional” que dicen tener. Pero con Castillo, que suma un récord inigualable de exabruptos y frases para la tribuna, puede que no haya mayor sustancia en las amenazas que ha proferido y que, aturdido como anda, ya ni las recuerde.

Pero sí ha logrado alarmar al Congreso. Y ese es para él un pésimo negocio. Es que estamos ante uno integrado en su inmensa mayoría por primerizos sin reelección. Más allá de la abrumadora desaprobación que han construido a punche, es verdad que fueron elegidos por cinco años. Por lo que, salvo excepciones contadas con el dedo de una mano y por razones de alguna manera explicables, no están dispuestos a ser disueltos.

Defender la curul es una prioridad. Y, ojo, esto incluye también a Perú Libre, la bancada magisterial y a los sectores de Acción Popular que sostienen a Castillo en el poder.

Con sus amenazas, Castillo pudo creer que recogía la simpatía de muchos peruanos. Pero no hay ese trasvase a su favor. Su palabra ya no vale nada. Lo único que consigue es hincar a un otorongo hambriento (de continuidad), con las consecuencias que tamaña temeridad puede tener.

Es verdad que en el Congreso no hay ahora los votos para la vacancia. Por ello, un importante número (72 contra 40) ha optado por otro camino. Han aprobado acusarlo constitucionalmente por los hallazgos del informe de la Comisión de Fiscalización, pero no queda clara aún la viabilidad de este camino.

Lo que es evidente es que vienen aumentando la tensión y la desconfianza entre los dos poderes del Estado. Y que en ambos lados se percibe que los desenlaces pueden ser súbitos y que requieren estar preparados.

Ese es el telón de fondo de la elección de una Presidencia del Congreso (que puede terminar encabezando un gobierno de transición) y de la vicepresidencia (que puede terminar presidiendo el Parlamento). Hay mucho en juego en esa elección y con 12 bancadas por pronunciarse a seis días de producirse no parece haber nada definido.

Sigue siendo el que sufrimos un conflicto en las alturas entre dos poderes del Estado despreciados por los que los eligieron. Y, pese a algunas iniciativas ciudadanas, no hay aún una masa crítica de peruanos suficientemente comprometida a participar en el destrabe de la crisis.

Mientras eso falte, los desenlaces serán inciertos y no necesariamente los mejores.

Carlos Basombrío Iglesias es analista político y experto en temas de seguridad