Javier Díaz-Albertini

Algo que nos caracteriza cada vez más es la incapacidad para asumir nuestras responsabilidades, faltas y negligencias. Y ello ocurre a nivel individual, al igual que en el mundo institucional (empresa, Estado, , comunidad). Es una reacción muy emparentada con la porque transfiere el yerro al otro con la esperanza de que la culpa propia no será indagada ni, menos aún, sancionada. Le hemos dicho adiós al ‘mea culpa’.

Entonces, ahora resulta normal –y no inusitado– que el plagio de una tesis de maestría sea culpa del software que lo detecta (Turnitin), de inexistentes validadores, del jurado o de su ratificación por la universidad. Es lo que el típico criollo expresa sobre sus víctimas cuando se le reclama por una bajeza: “¿por qué se dejaron?”. En un revuelco fatal a la ética, ser deshonesto pasa piola y el no detectarlo es la infracción. Siguiendo esta retorcida lógica, el plagio solo se resuelve por el lado de la universidad y no reforzando el comportamiento ético personal. Si esto fuera cierto, entonces, ¿por qué rebajan la calidad de las universidades al debilitar a la Sunedu?

Asimismo, es curioso cómo a tantos malandros les encanta pontificar sobre la “presunción de inocencia”, pero jamás mencionan que la ignorancia no te exime del cumplimiento de la ley. Digo esto porque en las redes sociales hay muchos que defienden la inocencia del mandatario plagiador arguyendo la trillada cantaleta de que es pobre, del campo y que no conoce de los usos y costumbres de una élite limeña intelectual discriminadora. Por favor, ser maestro y no conocer de la centralidad de la honestidad en el quehacer educativo es –por decir lo menos– inaudito.

Sin embargo, las altas autoridades no son las únicas que explican nuestros problemas echándole la culpa a los demás, normalmente a la víctima. Como mencioné anteriormente, se ha convertido en un pasatiempo nacional. Veamos.

Nos dicen que el problema de la pobreza son los pobres mismos. Que les falta empuje o ambición. Como la poca volición es la causante de sus males, entonces la lucha contra la pobreza debe ser liderada por gurús de la autoayuda. ¡Cuán equivocada está la izquierda! La revolución no es la que terminará con la desigualdad, sino la resolución. ¿Las ganas unidas jamás serán vencidas?

Algunos consideran que es una ofensa decir que el Perú es un país de violadores. Ello, a pesar de que, en los últimos años, el país ocupa uno de los primeros lugares en este delito contra la mujer. Es que comparten la visión del exarzobispo de Lima que hace solo seis años explicó el asunto de la siguiente manera: “las estadísticas nos dicen que hay abortos de niñas y no es porque hayan abusado de las niñas, la mujer se pone como en un escaparate, provocando”. Niña mujer, mujer niña, ellas son culpables por ser provocadoras.

El hecho de que muchos choferes conduzcan mal y no cumplan con los requisitos para brindar un servicio público no es el problema de fondo del transporte. No, el problema es que los policías y los inspectores ponen muchas papeletas y fiscalizan demasiado. ¿Solución? Condonar la deuda por papeletas a transportistas y reestructurar la Sutrán.

Por desgracia, podría seguir con tantos otros casos. Todos sabemos que el reconocimiento de los errores es el primer paso para corregirlos. Y estoy pensando en un reconocimiento pleno, no en el remedo condicionado de “si alguien se ha ofendido, pido disculpas” que nuestra clase política utiliza con tanta frecuencia.

¿Hay salida alguna? Por salud mental, opino que sí. Primero, no podemos dejar de indignarnos; debemos evitar a toda costa que se normalice la impunidad. Segundo, debemos utilizar las plataformas a las que accedemos para permanentemente sensibilizar e informarle al mayor número de personas sobre la falta de honradez e insistir en una inmediata investigación y una rápida sanción. Tercero, influir en la educación escolar y universitaria. A diferencia de lo que defienden los conservadores, es difícil incidir en lo que ocurre al interior del hogar, pero sí en lo que nuestros jóvenes deben vivir y aprender en el aula: una formación en ética ciudadana.

Javier Díaz-Albertini Sociólogo y profesor de la Universidad de Lima