Las crisis suponen aprendizajes y reconocimientos. Aprendemos algo que ya sabíamos o intuíamos pero que la realidad, llevada a sus límites, nos revela en toda su extensión. Sabemos quiénes son nuestros mejores amigos, las ciudades y países que más amamos (aquellos cuyas noticias seguimos), los libros, las canciones, las películas que más recordamos y a las que queremos volver; las partes de nuestro barrio que amamos y las otras por las que sentimos nostalgia. Reconocemos la precariedad de nuestra sociedad, de nuestros servicios, de la disciplina social que ha fracasado en esta última etapa de la cuarentena. No aprendemos nada nuevo pero aquello que sabíamos parece más evidente. Comprendemos qué y quiénes forman parte de “lo esencial” para cada uno: los servicios de salud y educación para nuestra comunidad, los familiares y amigos con los que necesitamos hablar para nosotros mismos.
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