El precipitado final de la breve gestión de Héctor Béjar al frente de la Cancillería deja como balance varios aspectos que vale la pena mirar con atención para poder interpretar la presidencia de Pedro Castillo. Permite, asimismo, aquilatar la responsabilidad con la que el mandatario debe manejar un sector de particular sensibilidad e importancia.
Como se recuerda, tras una larga e inédita espera para conocer su conformación, llegó el día del cambio de mando sin mayores luces sobre quién encabezaría el Consejo de Ministros. En las primeras horas del día del bicentenario, el inminente nombramiento de Béjar en la Cancillería se unió a las aparentes certezas en el Ministerio de Salud (Hernando Cevallos) y en el de Economía y Finanzas (Pedro Francke).
Al día siguiente, tras una prolongada espera nocturna, Béjar fue uno de los 16 ministros que juró al cargo. Su llegada a Torre Tagle constituyó no solo un nombramiento, sino también una declaración de principios: un gobierno que optaba por conducirse mirando más hacia el mensaje radical de la primera vuelta antes que al bolsón de votos del centro, proyectaba su ubicación en el escenario regional.
Ya en el cargo, Béjar empezó a dar pasos en la búsqueda de un espacio propio. El único punto importante que se discutió durante su mandato fue el posible apartamiento del Grupo de Lima, aunque ello –como dijo el primer ministro Guido Bellido (14/08/2021)– no pasó de ser una propuesta de Béjar.
Cuando empezaron los cuestionamientos por sus controversiales comentarios hechos previo al inicio de su corta gestión, llamaron la atención tanto el comunicado de la Marina de Guerra, como las posteriores declaraciones del ministro de Defensa Walter Ayala respaldándolo, durante la agitada jornada del lunes. Esa noche, la Cancillería emitió un escueto pronunciamiento que anunciaba al menos una visita al Congreso. Pero esta, como se sabe, no fue necesaria: Béjar presentó su renuncia en la tarde del martes.
Es llamativo también el aparente contrapunto entre Guido Bellido y el líder de Perú Libre, Vladimir Cerrón; dos personas de marcada cercanía que tuvieron posiciones opuestas sobre el ‘Caso Béjar’. Según el saliente canciller, Bellido le solicitó su renuncia; algo que el propio primer ministro anticipó en la mañana del martes. Cerrón, en cambio, ha lamentado la salida de “un canciller de la talla” de Béjar.
Por lo demás, y como se dijo antes, el nombramiento del canciller constituía, junto con los del titular de Economía y el del presidente del Consejo de Ministros, el trío fundamental para entender la apuesta inicial del Gobierno, dado el resultado ajustado de la segunda vuelta y las justificadas reservas sobre aquel. Era una ocasión para enviar un mensaje sobre el posicionamiento que quería tener el Perú en la escena internacional: si buscaba preservar el prestigio ganado a lo largo de los años o, más bien, iniciar un giro politizado, ajeno a su tradición diplomática.
Además, Torre Tagle ha sido uno de los pilares de los logros más recientes de un Gobierno Peruano: la gestión para la obtención de las vacunas contra el COVID-19, en el último tramo de la acotada gestión de Francisco Sagasti, tras el engorroso ‘Vacunagate’. Honrando su tradición bicentenaria, la Cancillería parecía haber superado un complicado trance, cuando llegó un ministro como Béjar, con posiciones y prioridades muy claras.
A las posturas discrepantes sobre su salida, le sucederá una obligada unidad para encontrar su reemplazo. El nombre y la ubicación de quien sustituya a Béjar podría dar alguna idea de hacia dónde quiere guiar Castillo su aún errática gestión: la “historia interna de la acción externa” –para mencionar el fundamental libro del recordado embajador Juan Miguel Bákula– como algo similar a una brújula. ¿Terminará de disipar el caos que hoy reina?
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