Los talibanes son una facción político-militar fundamentalista islámica que opera en Afganistán y Pakistán, formada por minorías de diversas lenguas y etnias, como los pashtunes, hazaras, tajikos, uzbekos, con voluntarios árabes, chechenos, etc.
Plantean una doctrina extremista islámica con una rígida apreciación de la vida que debe llevar un musulmán, interpretando la sharia (la ley), código detallado de conducta, con normas relativas al culto, criterio de la moral y de la vida y reglas que separan el bien del mal.
Sin embargo, esa ley ha sido más conocida por la forma en que trata a las mujeres. Ellas son sus principales víctimas, pues no pueden recibir educación después de los 8 años y antes solo se les permite el estudio del Corán. No pueden salir de sus casas y en las raras ocasiones en que lo hacen deben ir acompañadas por un hombre. No pueden ser atendidas por médicos varones si no están al lado de un hombre y en caso de violar las leyes establecidas son sometidas a la flagelación e incluso a la ejecución pública.
Los talibanes tienen una concepción del mundo incompresible para nuestra mentalidad occidental, en que las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres. Una prueba es que hay varias presidentas en América Latina: en Brasil, Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores. En Chile, Michelle Bachelet, de la alianza centroizquierda de diversos partidos. En Argentina, Cristina Fernández, del Partido Peronista. En Estados Unidos, la esposa del ex presidente Bill Clinton, Hillary Clinton, puede ser candidata a la Presidencia de Estados Unidos y competir en las mismas condiciones que un postulante varón.
Entre los talibanes sucede todo lo contrario. Las mujeres no tienen ningún derecho. Se trata de un movimiento que admira la guerra y refuerza entre sus integrantes el mito de ser invencibles porque Dios es su aliado.
La niña pakistaní Malala Yousafzai se atrevió a desafiarlos y un día dijo públicamente que las mujeres debían ir a la escuela. Por ello, los talibanes la quisieron matar y le dispararon un balazo en la cabeza. Para que ella se recuperara, su familia debió llevarla al Reino Unido.
Milagrosamente, Malala sobrevivió y se recuperó de tal modo que puede hablar bien. Ahora vive en Birmingham, ciudad inglesa. Inglaterra, precisamente, tiene una larga tradición en la lucha por superar la subordinación femenina de la tiranía absolutista que ejercían los hombres. En la actualidad, reina una mujer, Isabel II, respetada y amada por su pueblo.
Por su heroísmo que la indujo a luchar para que las mujeres de su patria pudieran educarse, Malala ha recibido a los 17 años de edad el Premio Nobel de la Paz. Es la persona más joven en recibir tan importante galardón.
Ella ha dicho que donará el premio a su fundación para construir escuelas en Pakistán y señaló que hay casi 66 millones de niñas a quienes se les niega la educación. Ha exhortado a que se brinde una educación de calidad a todos los niños del mundo, para eliminar la gran brecha que existe entre la educación que se imparte en los países desarrollados y los no desarrollados. Cree que la educación es el principal eje del desarrollo.
Para comprender mejor lo sucedido, notemos que históricamente la mujer fue dominada por el hombre. Después de un largo proceso, se logró la independencia femenina. En 1869 el filósofo inglés John Stuart Mill, el primer feminista de la historia, escribió sobre el sojuzgamiento de las mujeres y resaltó que este es uno de los obstáculos más importantes para el progreso humano, “debiendo ser sustituido por un principio de perfecta igualdad que no admitiera poder ni privilegio para unos ni incapacidad para otros”.
En el Perú, donde una encuesta revela que el 55% de limeños percibe que la sociedad peruana es machista, ¿podríamos tener una presidenta? La Constitución no lo prohíbe, de manera que la respuesta es positiva. Algún día una mujer que aspirase a la presidencia podrá ser elegida. Esperemos hasta las elecciones del 2016.