Hace menos de dos meses el británico Steve Easterbrook fue despedido de la empresa que jefaturaba mundialmente desde Estados Unidos. Tenía 52 años, muchos de los cuales los dedicó a la corporación donde encontró su ascenso al Olimpo de los negocios.
La razón por la que el directorio ante el cual rendía cuentas decidió dar por terminados sus servicios fue haber ido en contra de una regla de la compañía: mantenía una relación sentimental con una compañera de trabajo. No es que se tratara de un romance que implicara adulterio o algún escándalo que minara la moral de los empleados: Easterbrook era divorciado y la dama en cuestión tampoco tenía ataduras afectivas o legales.
Pero la norma era la norma.
Seis semanas después de que Steve Easterbrook fuera despedido en Chicago, Estados Unidos, una horrible tragedia tuvo lugar en Lima, Perú: una pareja de jóvenes enamorados falleció en la madrugada mientras realizaban labores de aseo en un restaurante franquiciado a la compañía que Easterbrook había liderado. La causa fue una descarga eléctrica originada en el dispensador de bebidas gaseosas.
Estas últimas semanas fueron, pues, tristemente memorables para McDonald’s, el gigante de la comida rápida: mientras una pareja en la cúspide de sus oficinas veía zarandear su vida personal, otra muchísima menos afortunada, al otro extremo del escalafón, lo perdió absolutamente todo.
Cuando ocurre una tragedia es porque antes se han ido desatando sigilosos tentáculos que pasaban inadvertidos para las víctimas. En el caso de los muy jóvenes Alexandra Porras y Gabriel Campos, ellos tal vez jamás fueron conscientes de estar ocupando el orificio de un embudo en el cual se arremolinaron decisiones alentadas por la informalidad, el ‘quechuchismo’ y el afán por obtener mayores márgenes de ganancia. Trabajando en un turno de 12 horas. Sin indumentaria aislante. Sabiéndose que los dispensadores de gaseosa son pequeñas plantas embotelladoras que consumen muchísima electricidad. En una de las sucursales de McDonald’s con mayor flujo de público en el Perú y, por lo tanto, con mayor riesgo de eventualidades. Con un estándar menos riguroso que en otros países (en Chile, por ejemplo, es poco probable que los dispensadores tengan contacto con el suelo). ¿No es esta una combinación de elementos que se repite de forma análoga en otros ámbitos cada cierto tiempo y que nos hace multiplicar ataúdes y llantos? ¿No ha ocurrido acaso en carreteras como la Panamericana y decenas de otras, en discotecas como Utopía y en campos feriales como Mesa Redonda?
¿No es la mezcla de “déjalo así nomás”, “tenemos que hacer caja”, “pásale un billete al inspector” y “hazte el huevón nomás” lo que ha hecho que estas noticias sean repetitivas en países como el nuestro y rarísimas en sociedades que no transan con la informalidad?
La norma técnica: esa ‘huevada’ inventada por gringos o japoneses que existe para no ser cumplida en América Latina.
¿No es esclarecedor que mientras en Estados Unidos el máximo funcionario de McDonald’s fue destituido por laborar junto a su pareja, aquí una pareja haya sido autorizada para trabajar y ser encarrilada hacia su muerte?
¿No es otro ejemplo de la norma incumplida aquí desde el primer segundo?