Bajo una lógica difícil de entender, desde Palacio de Gobierno se decidió que era hora de que el presidente recibiera a la prensa. Lo inexplicable, propiamente, fue el criterio de selección de los entrevistadores más que la imperiosa necesidad de que el mandatario enfrente a los medios tras casi seis meses en el poder. Si bien el formato escrito de la entrevista con César Hildebrandt –que ya deja mal parado a Castillo– no compite con el poder de las imágenes televisivas, el diálogo con Fernando del Rincón para CNN fue como cuando un equipo peruano de fútbol clasifica para jugar una competencia internacional. Todos sabemos que no se necesita mucho para llegar a la Copa Libertadores, pero en cable y ante un rival extranjero, las limitaciones nos cuestan goleadas y desnudan nuestra precariedad.
Desde la mirada de Del Rincón, debe ser difícil de entender cómo una persona desconocida para el presidente puede organizarle una fiesta a su hija. Con acceso exclusivo a un ambiente de Palacio, además. O que tiene un despacho paralelo, donde empresarios se acercaban a buscarlo, pero donde nunca se trataron temas de Estado. Entre las muchas otras perlas que han dominado el tramo inicial de este Gobierno y que provocaron que una de las primeras preguntas del entrevistador sea si el presidente piensa que puede terminar su mandato.
De por sí, quedó claro que el ‘media training’ del presidente Castillo se limitó a repetir unas cuantas frases hechas que, ante el apremio y la repregunta, no se lograban sostener (y me quedó la sensación de que, si el Congreso lograba llevar a debate la moción de vacancia y Castillo asistía al pleno, la cosa se podía complicar). Entre las más llamativas y lamentables, fue excusarse en la idea de que nadie lo entrenó para ser presidente y que está en un proceso de aprendizaje (y de ahí la parte accidentada cuando Del Rincón lo acusó de usar al Perú como escuela, lo que el profesor malinterpretó como una referencia positiva a su ocupación hasta el 28 de julio del 2021). Lo otro, muy relacionado, es que en todas las entrevistas recientes convocó a peruanos, dentro y fuera del territorio, a colaborar con su Gobierno.
Ni se llega a presidente a aprender de política y gestión ni se abren las postulaciones a trabajar en el gobierno con el carro en marcha. Un grave problema en nuestro sistema (que empieza en el 90 con Fujimori, por cierto) es el del presidente accidental. Estoy seguro de que hay muchos peruanos que se pueden levantar un día, mirar al espejo y pensar que podrían ser presidentes, pero en sistemas funcionales debería haber filtros de entrada que obliguen a aquellos llenos de ambición a al menos ganar y gestionar una alcaldía distrital antes de hacerlo.
Y, de la misma manera, también debería haber un equipo de personas preparándose para ser gobierno, de tal manera que nos ahorremos una curva de aprendizaje donde la voluntad de servir (siendo optimistas) termina doblegada frente a las exigencias del cargo público.
En situaciones normales, ambas funciones, de selección de candidatos y de formación de cuadros, son responsabilidad de los partidos políticos, y de ahí la desazón de saber que, de alguna manera, lo que estamos viviendo no acabará este quinquenio, sino que no se resolverá hasta que recuperemos un atisbo de competencia partidaria.
Ante lo que fue un aparente intento por limpiar la imagen de Castillo frente a los medios de comunicación, tras seis meses en el poder, el resultado no fue positivo. De las tres entrevistas que enfrentó en los últimos días (escribo esta columna antes de la segunda parte de la de CNN), queda la sensación de que el control de daños ha tenido la misma efectividad que la labor de contención inicial en las costas limeñas tras el desastre ecológico ocurrido el sábado 15 de enero.
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