El país tiene una gran deuda con sus ciudadanos: cerrar la enorme brecha de recursos humanos en salud para cubrir las necesidades básicas de un sector siempre rebasado. El Perú tiene una de las cifras más bajas de América Latina: hay solo 17 médicos, 20 enfermeros y seis obstetras en promedio por cada 10 mil habitantes, mientras que la Organización Mundial de la Salud (OMS) establece como estándar cerca de 40 profesionales de la salud por cada 10 mil habitantes.
Las demandas, extensamente documentadas y diagnosticadas, nos indican el camino para menguar las inequidades y, por lo tanto, para impulsar el desarrollo del país. Sin embargo, la realidad nos impide concretar dicho avance. Según datos oficiales del año 2021, se cuenta con un total de 403.848 profesionales de la salud, una cifra insuficiente para los más de 30 millones de peruanos y que compromete aún más la calidad de la atención al paciente.
La situación se agrava aún más en el primer nivel de atención, donde la mayoría del personal de salud son técnicos, mientras que los médicos se concentran en los hospitales nacionales. Esta distribución crea una profunda inequidad en la atención médica, afectando desproporcionadamente a las regiones y poblaciones más vulnerables, lo que significa que dos tercios de la población enfrentan una falta de acceso a atención de calidad.
Además, aunque no existen estudios amplios sobre esta problemática, se vislumbra un déficit en la calidad de la atención. Esto es atribuible, en parte, a la responsabilidad del Estado por la falta de inversión en infraestructura y equipamiento adecuado, así como a la falta de capacitación.
Por otro lado, se ha notado una disminución en la calidad de formación del personal de salud, lo que se refleja en altos índices de estudiantes desaprobados en los exámenes nacionales. Es esencial revisar y actualizar los planes de estudio para alinearlos con las necesidades del país, identificar las competencias cruciales y promover una formación que ponga al paciente en el centro de la atención.
En ese sentido, desde las aulas, así como se fomentan la investigación y las materias académicas, se deben incentivar valores como la ética, la sensibilidad y la comunicación empática. Se requieren médicos, enfermeros y obstetras que velen por la salud integral del paciente en todas sus dimensiones y que no solo cuiden de ellos con las manos, sino también con el corazón.
Es importante mencionar los esfuerzos que realiza el personal del sistema público de salud comprometido con su vocación, que se suman a las iniciativas de inversión social privadas y acciones de organizaciones no gubernamentales. A estos esfuerzos debe también sumarse la academia, comprometiéndose a una transformación profunda en la formación del personal de salud con valores. Necesitamos trabajar juntos para construir un sistema de salud más fuerte y equitativo, donde cada ciudadano tenga acceso a una atención de calidad, independientemente de su lugar de residencia o de su condición económica.