Javier Díaz-Albertini

Tomo el título de la película de Peter Weir (1982) para ilustrar la ridícula situación en la que nos encontramos. Hace dos semanas, el Minedu anunció que había descubierto siete palabras “peligrosas” en algunos textos escolares y, como consecuencia de ello, las publicaciones ya han sido censuradas. Estas son ‘conflicto armado interno’, ‘conflicto social’, ‘educación sexual integral’, ‘’, ‘’ y ‘dictadura’. Como no se indicó por qué eran peligrosas, los comités encargados solo señalaron que “producían incomodidad entre algunos lectores”. He escrito –utilizando estas palabras– un panorama que describe nuestra realidad.

Existe una relación directa entre la deficiente o nula educación sexual integral y las tasas de aborto. Los países progresistas con sistemas actualizados de educación sexual tienen tasas de aborto mucho más bajas que las de los países dominados por culturas autoritarias y conservadoras. Por ejemplo, si tomamos cifras del 2018, el Perú tenía una tasa de 42 abortos por cada mil embarazos mientras que Holanda tenía siete, Alemania 5,4, Japón 5,1, y Europa occidental 11. Por el contrario, las sociedades autoritarias conservadoras son las que tienen tasas más altas. Las sociedades modernas prefieren prevenir el embarazo garantizando el uso de anticonceptivos. El aborto es visto como un derecho de la mujer, pero también como un último recurso para enfrentar el embarazo indeseado.

El es, en el fondo, la única ideología de género que explica estas diferencias, ya que prevalece en sistemas que ejercen fuertes restricciones sobre los derechos de las mujeres, normalmente por razones religiosas. Crean sistemas autoritarios que imponen condiciones reproductivas “desde arriba”, como hizo la dictadura de Alberto Fujimori con las esterilizaciones forzadas. Genera un entorno social de desprecio y abuso hacia la mujer, como se evidenció en las miles de violaciones impunemente cometidas durante el conflicto armado interno. En los últimos años, varios colectivos han logrado alzar su voz de protesta vía la movilización y el conflicto social.

Realmente no es concebible que el sector que vive la mayor crisis en nuestro país –la educación– pierda el tiempo en ejercicios paranoicos inanes. Nuestros niños y niñas se encuentran matriculados en instituciones que reproducen lo peor del país y en aprendizaje están gravemente rezagados con respecto a los sistemas globales, como se evidencia en múltiples evaluaciones. ¿Acaso no son de mayor espanto palabras que se viven en nuestra realidad como la violencia de género en la escuela y la familia, el matrimonio precoz, el embarazo adolescente, el fin de la meritocracia y el ensalzamiento de la mediocridad? Palabras que no solo son “peligrosas”, sino que más bien nos advierten de los profundos cambios que debemos realizar para sacar el país adelante.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Javier Díaz-Albertini es Ph. D. en Sociología