“Seguro los ignorantes creeran eso y ese es tu publico, los ignorantes... Si los hombres gana mas es por que se desempeñan en su mayoria en los trabajos en donde pagan mas... para eso estudian esas carreras cosa que la mayoria de mujeres no hace por que escogen en su mayoría carreras afines a su naturaleza COOPERATIVA... y estas carreras no son las mejor remuneradas... el hombre es COMPETITIVO y privilegia el poder y el dinero, la mujer no en su mayoría... Si por hacer el mismo trabajo les pagan mas a hombres que mujeres por que los empresarios no solo contratan mujeres ?... lo dicho, anda a engañar IGNORANTES y no jodas FEMIMARXISTA HIPOCRITA Y SINVERGUENZA”.
Este es solo uno de los comentarios –errores de ortografía respetados– que generó el post “Hablemos de igualdad”, que publicamos recientemente en nuestro blog del diario “Gestión”.
Veamos otro más: “Que estudien ciencias duras, trabajen más horas como los hombres, que desarrollen masa muscular y hagan el mismo trabajo que un hombre. Asunto arreglado. Lo que buscan estas vagas, inútiles, deficientes, incompetentes, defectuosas, etc. Es vivir del Estado o ganar dinero facil”.
¿Qué proponía dicho texto que generó estas reacciones? Pues que necesitamos contar con fuentes de información confiables que permitan visibilizar las brechas entre hombres y mujeres para plantear políticas públicas eficientes basadas en la evidencia. Usando data del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, el INEI y el Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe, señalamos que en el Perú, en promedio, las mujeres ganan S/1.197 mensuales y los hombres S/1.797 mensuales. Es decir, ellas ganan el 66,6% de lo que ganan ellos.
El artículo precisaba, además, que esta brecha salarial puede ser explicada por diversos motivos –ninguno de los que, por cierto, trae consigo victimizar a las mujeres–. Entre ellos, que el 84,2% de las mujeres ocupadas lo hacen en sectores de baja productividad (agricultura, comercio, servicios), el 11,1% en sectores de productividad media (transporte, construcción y manufactura) y solo el 4,7% en sectores de productividad alta (minería, electricidad y actividades financieras). En el caso de los hombres, estas cifras son de 58,8%, 32,7% y 8,4%, respectivamente.
Otro comentario: “Estas son parte de las brutalidades de la ideología de género que no acepta que hombres y mujeres somos diferentes, aunque seamos iguales ante la ley”.
¿Por qué data objetiva como la expresada líneas arriba genera comentarios tan airados? ¿Por qué palabras como ‘igualdad’ y ‘género’ pueden causar tanto escozor?
En enero del 2018, la firma consultora McKinsey publicó el estudio “Delivering Through Diversity”, donde analizó la diversidad en más de mil empresas de 12 países, entendiendo esta como tener una mayor proporción de mujeres y una composición étnica y cultural más mixta en el liderazgo de las grandes empresas. Entre otras conclusiones, el estudio reveló que las compañías ubicadas en el primer cuartil en temas de diversidad de género entre sus equipos ejecutivos tienen un 21% más de probabilidades de experimentar una rentabilidad superior a la media que las empresas en el cuarto cuartil.
¿McKinsey se volvió una empresa feminazi? Dejemos los insultos de lado y entendamos de una buena vez que la igualdad de género no implica crear ventajas para las mujeres por su condición de serlo –acá no le estamos pidiendo favores a nadie–. La igualdad de género tampoco significa que mujeres y hombres seamos iguales. Lo que significa es que los derechos, las responsabilidades y las oportunidades de ambos no dependen de si nacen hombres o mujeres. Por eso es que la desigualdad de género sí es un problema. Y, sobre todo, es un problema de todos.
Las Naciones Unidas señala que la igualdad de género es importante porque mujeres y niñas representan la mitad de la población mundial y, por lo tanto, también la mitad de su potencial. Y que, independientemente de donde uno viva, la igualdad de género es un derecho humano fundamental. Pero, como a muchos estos términos no les dice nada, veamos cómo McKinsey afirma que la inclusión de mujeres en la vida laboral mejora la rentabilidad de las empresas. A ver si ahí sí empiezan a prestarle importancia a este tema. Triste, ¿no?