La semana pasada escribí sobre la brecha de la ambición como un modo de entender la ausencia de candidatas a puestos de elección popular. Una gran cantidad de lectores e internautas se dieron el trabajo de aportar nombres de lideresas en el escenario nacional con trayectorias cuestionables. Según su línea de razonamiento, dichos ejemplos con nombre y apellido –congresistas, lideresas de partido, alcaldesas– bastaban para desestimar la participación femenina en la política y explicar los pocos votos que habían recibido sus congéneres en las últimas elecciones locales y regionales. Las poquísimas mujeres que habían tenido la oportunidad de gobernar –me decían– se han esforzado en dilapidar su raro privilegio y han traicionado la confianza de sus votantes. ¿Por qué habríamos de mantener esa puerta abierta?
Lo que estos amables lectores no entienden es que la cuestión no reside en si las mujeres son más o menos corruptas, sino si tienen las mismas posibilidades de acceso. La batalla por la igualdad no presupone que las mujeres vayan a hacer el trabajo mejor o peor que sus pares masculinos, sino que tienen derecho a probar su valía en igualdad de condiciones. Privilegio del que hoy no gozan. Lo que no entienden es que con su respuesta no están discutiendo la igualdad, sino cayendo en ejemplos de tokenismo.
En estas mismas páginas Roxana Barrantes ha explicado ya que el tokenismo es cuando se acepta la participación de un puñado reducido de mujeres para dar la apariencia de inclusión sin por ello modificar las estructuras que mantienen el acceso restringido para todas. Es peligroso confundir el anhelo legítimo de paridad con una amnistía para la incompetencia femenina.
Tomas Chamorro-Premuzic, un psicólogo organizacional y autor del libro “¿Por qué tantos hombres incompetentes se convierten en líderes? (Y cómo remediarlo)”, explica que en el mundo de los negocios la falta de representación femenina en puestos de liderazgo tiene tres explicaciones comunes: falta de interés, de capacidad o la solidez persistente del infame techo de cristal. A esas tres, las más habituales, el experto propone una cuarta razón que vale la pena contemplar: la confusión entre confianza en uno mismo y competencia.
En un entorno corporativo la confianza en uno mismo es un atributo casi siempre masculino y una expresión opuesta –pero relacionada– a la aparente falta de ambición de las mujeres al postular a cargos políticos. Si bien la arrogancia y la excesiva confianza proyectan capacidad y pueden ayudar a que algunos varones escalen hasta los cargos de liderazgo, estas características tienen a la larga efectos negativos. Según escribe Chamorro-Premuzic, “la falta de obstáculos para los hombres incompetentes, así como la tendencia a confundir el liderazgo con características psicológicas que hacen a un varón promedio un líder más inepto que una mujer promedio” son un problema grave. Debido a ello, tenemos “un sistema patológico que recompensa a los hombres por su incompetencia, mientras castiga a las mujeres por su competencia”.
Tessa Ditonto, una politóloga que enseña en la Universidad Estatal de Iowa, ha estudiado el modo en que los votantes evalúan la competencia de los candidatos y ha encontrado que en las elecciones la competencia de los políticos importa más que su género, una buena noticia para los fans de la meritocracia. Pero la exigencia con la que juzgamos la competencia sí varía. Según Ditonto, la apariencia y la información son los modos en que se van formando las preferencias.
Cuando a los participantes en su estudio se les dio la oportunidad de elegir entre dos candidatos cuya competencia estaba en duda –hombre y mujer–, los votantes estuvieron más dispuestos a votar por un hombre incompetente que por una mujer incompetente, incluso si eso significaba preferir a un partido distinto del suyo. Un sacrificio considerable dado que la preferencia partidaria suele ser inmune a los fallos de los políticos.
“Es problemático que a las mujeres les haga más daño la información negativa que a los hombres. Como la información que existe sobre los candidatos políticos proviene en gran medida de los medios, hay un problema para las mujeres”, ha dicho Ditonto. Según la politóloga, los medios por lo general “trivializan” a las mujeres candidatas y “es muy difícil encontrar representaciones sin sesgo de mujeres como políticas competentes”. Una afirmación que cualquiera que revise la cobertura política puede confirmar. El trabajo de la prensa pasa también por asumir su responsabilidad en la imagen que proyecta de las mujeres que aspiran al poder y la percepción de los electores.