"Lo que vendrá, además de la inevitable expansión del virus, es un desborde social difícil de contener".
"Lo que vendrá, además de la inevitable expansión del virus, es un desborde social difícil de contener".
Fernando Rospigliosi

A estas alturas, son muchos los analistas de todas las tendencias que admiten que la estrategia del gobierno para enfrentar el ha fracasado y hay que cambiarla. Con excepción, naturalmente, de los que tienen intereses específicos y los adulones profesionales.

Por ejemplo: “Se supone que el ‘martillo’ iba a aplastar al COVID. Eso no ha ocurrido. Necesitamos un plan B que parta del realismo, por más duro que sea” (Alfonso de la Torre, Piero Ghezzi y Alonso Segura, “La República”, 19/4/20).

O Enrique Castillo: “El ‘pico’ de las dudas. Muchos se empiezan a cuestionar si las intenciones y anuncios se convierten realmente en acciones concretas y eficaces” (“Gestión”, 21/4/20).

Y Ricardo Uceda: “En el comienzo de la semana pasada el Minsa manejaba, extraoficialmente, una cifra mayor a cincuenta mil sospechosos”. Eso cuando el gobierno hablaba de 10 mil infectados. Y citando el artículo de De la Torre, Ghezzi y Segura, concluye que “su interpretación insinuaría, al final del proceso, cientos de miles de infectados y decenas de miles de víctimas mortales” (“La República” 21/4/20).

Muchas de las críticas, por supuesto, se expresan en tono suave, melifluo –eufemísticamente dicen “hay que adoptar un plan B”– o censuran a los asesores, no a los verdaderos responsables, el presidente y los ministros. Eso es así y posiblemente no cambiará, es parte de nuestra tradición virreinal y cortesana.

Pero en el fondo, no hay duda. La prolongación de una rígida , toque de queda incluido, a lo largo de seis semanas ha llevado a lo que era previsible: el virus sigue expandiéndose y la economía se está derrumbando, en particular la de millones de peruanos de bajos recursos.

Las dos primeras semanas de cuarentena eran inevitables y estuvo bien establecerlas, pero de inmediato, ya en ese momento, quedó claro que su prolongación no iba a acabar con el problema. Y no se necesitaba ser infectólogo con un doctorado en una prestigiosa universidad o premio Nobel de Economía para darse cuenta de eso.

La cuarentena, como muestra la experiencia de los países exitosos en esta lucha, es útil si va acompañada por la capacidad de realizar masivamente pruebas moleculares y de ubicar y aislar a los infectados, además del uso generalizado de medidas preventivas como las mascarillas y el lavado de manos. El otro objetivo, evitar que el sistema de salud se congestione y colapse, tampoco se ha cumplido. Las imágenes de los pacientes arrumados en patios y pasillos de hospitales, las bolsas con cadáveres en los depósitos, lo ilustran.

Acá muy pronto se descubrió que esos objetivos no se podían cumplir. Y no solo por el desastroso estado del sistema de salud, sino por la incompetencia del gobierno. No aceptaron ni adquirieron medio millón de pruebas moleculares que ofrecía una empresa coreana; compraron 1,4 millones de pruebas serológicas que, se ha demostrado, no sirven para el propósito de identificar y aislar a los infectados; compraron 1,2 millones de mascarillas para los trabajadores de salud sobrevaluadas y que no llegaron nunca; adquirieron y recibieron ventiladores mecánicos para el hospital de Ate sobrevaluados e incompletos que luego devolvieron, etc.

Como he dicho antes aquí, una estrategia tiene que considerar los objetivos y los medios para alcanzar esos objetivos. Si no existen los medios adecuados, la estrategia fracasará. Eso ya era obvio luego de las dos primeras semanas. Toda la palabrería y las necedades sobre el martillo y la danza no tenían sentido en el , porque aún en cuarentena la propagación del virus era imparable. Lo razonable era una estrategia intermedia, manteniendo restricciones a la vez que se empezaba a poner en marcha poco a poco algunos sectores económicos.

Sin embargo, la culpa del fracaso del gobierno la tienen –según el presidente Vizcarra– los peruanos, hambrientos y afligidos que marchan por las carreteras para retornar a su tierra, los que se agolpan en los mercados o en los bancos.

Ahora hablan de empezar a reabrir las actividades desde el 5 de mayo. Eso debieron preverlo desde el principio, porque era evidente que la cuarentena no puede terminar abruptamente, sino por etapas.

Pero ahora la situación es peor, porque la parálisis de la economía está provocando pérdidas irrecuperables. Millones de personas sin empleo y sin ingresos, empresas quebradas, las arcas del Estado desangradas y todo esto en el contexto de un mundo en recesión.

Lo que vendrá, además de la inevitable expansión del virus, es un desborde social difícil de contener que, como ya se puede vislumbrar, el gobierno y los políticos que compiten con él en populismo tratarán de esquivar con políticas más desastrosas aún.


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