Una resolución de Indecopi ha declarado inaplicable, por tratarse de una barrera burocrática, el decreto que prohíbe la tercerización de actividades laborales que formen parte del “núcleo del negocio”, una de las peores medidas dictadas por el expresidente Castillo. El Congreso, a pesar de discutirlo, nunca tuvo la presencia de ánimo para derogarlo, dejando a miles de empresas en la incertidumbre. La tercerización es buena para las empresas y para los trabajadores; en una palabra, es buena para la economía.
Uno de los argumentos de sus detractores es que las empresas la usan para pagarles menos a los trabajadores: contratan a un ‘service’, digamos, por S/3.000 mensuales, y este le paga solamente S/1.000 al trabajador (un ejemplo desproporcionado que fue utilizado en su momento precisamente por ser desproporcionado). La pregunta es: ¿por qué la empresa le regalaría semejante margen a un intermediario?
Podría decirse que la empresa se ahorra las cargas laborales (gratificaciones, vacaciones etc.) que tendría que pagar si contratara directamente al trabajador. Pero esa no es una respuesta convincente: en la medida en que el intermediario tenga que asumir esas cargas, simplemente se las trasladará a la empresa. El precio que le cobra por el servicio de tercerización –esos S/3.000 mensuales– incluirá los S/1.000 que recibe el trabajador y el costo de todas las cargas, prorrateado a lo largo del año.
Aun así, algún margen tiene que quedarle al intermediario; si no, nadie querría ser intermediario. Pero ese margen no es ningún regalo. Si la empresa quisiera hacer regalos, ¿por qué se los haría a un equis y no a los trabajadores que contribuyen a crear valor para sí misma? El margen del intermediario es, más bien, la remuneración por un servicio.
¿Qué clase de servicio es ese? Tiene que ser algo que el intermediario pueda hacer a menor costo que la propia empresa. La selección del personal, el equipamiento y la movilidad, la organización de los turnos y otras que apenas podemos imaginar son tareas que pueden beneficiarse de la especialización. La empresa podría hacerse cargo directamente de ellas, como podría hacerse cargo de producir todos los insumos que utiliza en su proceso de producción; pero, al renunciar a los beneficios de la especialización, estaría, como se dice, dejando plata sobre la mesa. Qué se hace ‘in-house’ y qué se compra o terceriza es una decisión guiada por la búsqueda de la eficiencia (como saben los economistas desde el pionero artículo de Ronald Coase sobre “La naturaleza de la empresa” de 1937).
Contra lo que opinan sus detractores, la tercerización no perjudica a los trabajadores, sino todo lo contrario. Cuanto menor sea el costo de seleccionar, equipar, movilizar y organizar a un grupo de trabajadores, gracias a la intermediación de un ‘service’, mayores serán las remuneraciones que la empresa podrá ofrecer, indirectamente, por las tareas que desempeñan. No todo el ahorro irá, por cierto, a los trabajadores; pero la parte que se quede con la empresa mejorará la rentabilidad y ayudará a crear más puestos de trabajo.
Decisiones como la que comentamos son las que se necesita para que la economía vuelva a alzar vuelo.