María Rosa Villalobos

Hace poco me dijeron que “la informalidad es como la coca”. No puedes explicar los números económicos peruanos sin ella, pero sabemos que debemos combatirla. Que hayamos logrado convivir por tanto tiempo con la informalidad en todas sus dimensiones es tanto una solución como un problema, y no me refiero solo al pago de impuestos, sino al criollismo, al “sacarle la vuelta” a todo y a todos. La tarea titánica consiste en comenzar a dar el giro hacia una sociedad más ordenada sin matar en el intento a las mypes y pymes, cuya participación en nuestra economía supera el 90%.

Al 2022, el 49% de las mypes en el país no consideraba necesario ser formal, según data del INEI. La poca sorpresa que puede causarnos esta cifra (que sin duda ha aumentado este año) es una muestra adicional del yin y el yang que conforman la supervivencia y el vivir al margen de la legalidad. Y que esta dualidad se refleje en el día a día de las familias y pequeñas empresas nos hace tener plena conciencia de la espiral en la que nos encontramos. Hace dos semanas, durante la audiencia vecinal que El Comercio y Enel realizaron en San Juan de Lurigancho, se recordó más de una vez la responsabilidad que tienen los vecinos en los problemas del distrito. Desde la tenencia de mascotas hasta la invasión y, por supuesto, el ínfimo pago de impuestos. Su nivel de morosidad alcanza el 79%, lo que explica por qué los recursos obtenidos vía arbitrios que son destinados al serenazgo solo llegan a los S/2 por habitante, según dio a conocer un artículo de la sección Economía y ECData de este Diario.

La consigna se mostró clara como el agua: no es que las municipalidades no recauden, es que los vecinos no pagan. Más de 300 vecinos escucharon y asintieron cuando el alcalde Jesús Maldonado sentenció que es casi nada lo que se puede hacer con tan pocos recursos. Sobre las formas de salir de esta trampa se ha escrito bastante, pero la fórmula es compleja. ¿Cómo hacer para que la gente desee pagar impuestos? ¿Será que debemos corregir desde lo más pequeño para aspirar a hacer cambios más grandes? De nada sirve simplificar los regímenes tributarios (pasar de cuatro a dos) si los peruanos no miran de cerca las bondades de ser formal. Ese es un trabajo que, ante tanta urgencia y emergencia, se siente olvidado.

Se necesita un enorme esfuerzo educativo, que se puede lograr si desde el inicio de la cadena (de lo más chico a lo más grande) se instalan modelos y, sobre todo, conductas que nos permitan escalar y mostrar a las nuevas generaciones mejores comportamientos ciudadanos. Hacerlo así, aunque parezca un eterno e infructuoso esfuerzo, nos ahorraría más adelante los costos de la formalidad e incluso nos generaría mayores ganancias. Hay que recordar que la informalidad no “está” sino “es” una forma de vida de la que existe plena conciencia, es fundamental para entender que el trabajo que hay por delante es de hormiga.

María Rosa Villalobos es editora de Economía y Día 1