El inmortal amor, por Gisèle Velarde
El inmortal amor, por Gisèle Velarde
Gisèle Velarde

El niño le dice a su madre que la quiere hasta el cielo y ella responde que hasta el universo. La joven no acepta al pretendiente, pero lo extraña luego. Anhelamos tener hijos y luego sufrimos vivencias indeseables. Buscamos que nos den bola y cuando nos dan bola perdemos interés. Nos casamos llenos de amor y después pensamos que nuestra pareja es un perfecto desconocido. Lo que antes era bello ahora nos resulta horrible. Pensamos que no existe nuestra media naranja y posteriormente nos enamoramos.

Las manifestaciones del amor son sorprendentes, complejas y contradictorias. Aparecen desde nuestra gestación y se van transformando con la experiencia. La vivencia amorosa se ve muchas veces opacada por el dolor que también conlleva. Sin embargo, la necesidad de amar es tan grande que cada año la celebramos. No hay consenso sobre qué es el amor y cada quien ama a su manera, pero la tradición occidental nos ha marcado con ciertas concepciones fundamentales que vale la pena recordar.

Platón explica la naturaleza intermedia del amor; es decir, nuestra necesidad tanto de amar como de ser amados. “El banquete” cuenta que luego de una fiesta, Poros –el dios de los recursos– se queda dormido y que Penía –la diosa de la pobreza– se acerca y acuesta con él. Así nace Eros –el Amor–, quien por ser hijo de la abundancia es bello, bueno, inteligente y amado. Pero quien, por ser también hijo de la ausencia de recursos, realiza acciones feas, viles y estúpidas, y necesita también amar, pues desea lo que no posee. Así, Platón nos ayuda a entender nuestras ambivalencias y los cambios en nuestras relaciones.

Sigmund Freud concibe la relación entre amar y ser amado como una oposición; adicionalmente suma la oposición entre amar y odiar, y la de amar y odiar conjuntamente. Para Freud el amor representa una pulsión sexual cuya energía (libido) necesita satisfacerse. El antagonismo y lucha constante entre los dos instintos fundamentales –el instinto de vida (Eros) y el instinto de muerte (Tánatos)– nos permite entender nuestras relaciones constructivas y (auto)destructivas, nuestra innata inclinación hacia la agresión, la búsqueda de la conservación de la especie y el displacer en el amor. Así nos muestra que la salud mental, nuestra creatividad y la renovación de la vida representan el triunfo del amor sobre la muerte.

Históricamente nuestra concepción del amor ha sido definida por el cristianismo. Jesús nos inculca amar al otro como a un igual y promueve la vida comunitaria. La idea de un Dios creador cobija nuestros miedos y nos enseña humildad. La primera carta a los Corintios (capítulo 13) sostiene que el amor es paciente y bondadoso. No es envidioso, ni jactancioso, ni orgulloso. No se comporta con bajeza ni es egoísta; no guarda rencor. El amor lo disculpa todo, todo lo soporta. 

Finalmente, Michel Foucault promueve el amor a uno mismo fomentando el cuidado y el conocimiento de sí mismo. Propone diversas técnicas, como la meditación, el retiro, el apartarse de las apariencias, la catarsis y los ejercicios para evitar la curiosidad malsana, etc., como medios para acceder a la verdad sobre nosotros mismos. Así, el amor a uno mismo aparece directamente ligado al desarrollo de nuestra espiritualidad.