¿Cuántas veces puede una persona equivocarse sin sufrir las consecuencias? En cualquier trabajo, las metidas de pata desencadenan amonestaciones y hasta despidos. Una empresa que marra constantemente será castigada por los consumidores. ¿Por qué la vida es distinta y más indulgente con los políticos?
Hago esta reflexión con ocasión de una circunstancia recurrente en los últimos tiempos: El Tribunal Constitucional (TC) volvió a declarar inconstitucional una ley del Congreso. Esta vez, la norma que suspendía el cobro de peajes en la red vial nacional.
Era un desenlace previsible. Literalmente, la Constitución señala que los contratos no pueden ser modificados por leyes (artículo 62) y el Congreso hizo expresamente lo contrario, desconociendo el derecho de los concesionarios de los peajes. Tan burdo era el atropello constitucional que la votación del TC, normalmente dividida, esta vez le metió un 7 a 0, más contundente que el Bayern contra el Barcelona.
El primer vicepresidente del Congreso, Luis Valdez, reaccionó acusando un “sesgo político” en los miembros del TC, y que “hacen eco de las manifestaciones, emociones y expresiones del presidente Martín Vizcarra”. ¡Por favor! Tres magistrados votaron en contra del Ejecutivo en el caso de la disolución ‘fáctica’ del Parlamento. Y encuentro casi imposible un alineamiento político en personas tan distintas como Marianella Ledesma y José Luis Sardón.
Sencillamente, los congresistas, acostumbrados a vivir de espaldas a la evidencia, ahora niegan la realidad constitucional. Viven en una burbuja. Son de teflón.
La historia del Congreso resuelto se repite. El TC, por unanimidad o con mayorías abultadas, declaró inconstitucional, en su momento, la Ley Antitransfuguismo, la Ley “Mulder” sobre publicidad estatal, y la modificación de las reglas de la cuestión de confianza.
Aunque infantil e irresponsable, la anterior obstinación parlamentaria tenía cierta lógica en el contexto del conflicto de dos fuerzas políticas: el fujimorismo versus el oficialismo. Lo que nos plantea la interrogante: ¿cómo así, el virus de la tozudez ha contagiado por igual al Frepap y al Partido Morado? ¿Cómo ha acercado a Acción Popular con UPP? ¿O reconciliado a Fuerza Popular y al Frente Amplio?
Este Congreso ecléctico ha desarrollado una inmunidad de rebaño, que los protege de cualquier respeto a la Constitución. Una actitud que no encuentra mejor ilustración que aquella célebre frase del antes ignoto legislador Gilbert Alonzo: “Soy congresista, pero no sé ni lo que voto”. Eso es lo que tenemos: una ignorancia disciplinada. Los líderes de las bancadas arrean a sus borregos parlamentarios a la contumacia constitucional y, de paso, a 33 millones de peruanos al borde del precipicio.
¿Por qué lo hacen? Quizá por la creencia de que, así, conectan más con la población. Que alguien los recordará con buenos ojos luego de los cinco años de ostracismo que sufrirán debido a la interdicción de la reelección parlamentaria. Lo que seguramente soslayan los legisladores es que al actuar como rebaño se hace muy difícil distinguir a un solo borrego. Se trata de una estrategia destinada al fracaso desde el diseño.
A lo sumo, los réditos populistas podrían ser capturados apenas por una persona en el curso de una candidatura presidencial en el corto plazo (a ver cómo lidian en esa pugna interna Daniel Urresti y el dueño del partido y la pelota, José Luna). Al resto de organizaciones acostumbradas a ese mismo discurso (UPP, Frente Amplio) solo les quedarán las sobras. Peor futuro se vislumbra para los demás partidos antes considerados más moderados (Acción Popular, APP, Partido Morado, Somos Perú, etc.). Ellos se quedarán pagando la cuenta de los radicales que se banquetearon en el Congreso.