En medio de un evidente deterioro institucional que ha afectado de manera importante nuestro crecimiento económico, el Banco Central de Reserva (BCR) subsiste indemne contribuyendo de manera notable a la estabilidad y solvencia de la economía.
En la cabina de mando del BCR no existe tal cosa como “el piloto automático”. Aparte de decenas de tareas administrativas, el banco debe tomar a diario decisiones que afectan de manera directa la salud de la economía. Pese a que su único mandato es preservar la estabilidad de la moneda, es decir, controlar la inflación, el BCR debe cuidar para ello de proveer la liquidez al sistema para que las transacciones económicas se puedan desenvolver con fluidez. Debe además lidiar con las posibles indeseadas consecuencias de entradas o salidas de capitales, moderar las fluctuaciones en el tipo de cambio muchas veces causadas por ruido que no tiene que ver con las características fundamentales de la economía y calibrar su política de tasa de interés para compatibilizar todas estas acciones con su mandato fundamental.
En el intento de conducir al mismo tiempo una política monetaria independiente, enfrentar un ambiente donde los capitales pueden entrar y salir libremente del país y, por último, mantener un tipo de cambio fluctuante, los bancos centrales enfrentan una imposibilidad que ha sido definida como el “trilema” que enfrenta la autoridad monetaria.
En el Perú, el BCR enfrenta un problema adicional: una economía aún dolarizada, lo que, por un lado, quita potencia a sus instrumentos y, por otro, entraña peligros para empresas, familias y, en última instancia, la salud de todo sistema bancario ante la ocurrencia de una elevación brusca del tipo de cambio, pues parte importante de las deudas están dolarizadas.
Es esta última característica la que mueve al BCR a comportarse de manera distinta a sus pares en la región y a ser mucho menos tolerante ante cambios bruscos en el tipo de cambio. Para ilustrar esta posición, observemos cómo reaccionó el BCR durante la crisis de fines de julio del 2008 a fines de julio del 2011. Mientras que el sol se devaluó en un momento hasta un 16%, Chile, Colombia y México sufrieron depreciaciones enormes: 35%, 45% y 55%, respectivamente. Para julio del 2011, sin embargo, todas las monedas se revaluaron nuevamente y, con excepción de México, los otros tres países regresaron a tasas de cambio incluso más bajas que antes de todo el episodio. Ciertamente, el Perú con su grado de dolarización hubiera sufrido un grave trauma si el BCR no hubiese actuado suministrando al sistema abundante liquidez y moneda extranjera a la economía.
Más recientemente las fluctuaciones del tipo de cambio han vuelto a encender los debates sobre la política cambiaria. Sin embargo, nuevamente vemos que los países antes mencionados han tenido depreciaciones más fuertes que en el Perú, pero sus monedas ahora se vienen apreciando. Nuestro país, en cambio, en los últimos 12 meses ha sufrido una devaluación del 13% siguiendo un patrón uniforme. Desde el inicio del año, el sol se ha depreciado en un 5,7%, mientras que en los otros países mencionados sus monedas continúan apreciándose como consecuencia de la devaluación “excesiva” de los meses anteriores y seguramente terminaremos todos (excepto Colombia, afectada por la caída del precio del petróleo) con un nivel similar de devaluación.
Podemos concluir entonces que el BCR, si bien no puede luchar contra tendencias de largo plazo dictadas por factores fundamentales, sí ha actuado diligentemente protegiendo a todo el sistema de variaciones bruscas en el tipo de cambio. Mientras tanto se le ve ahora abocado a ayudar al proceso de desdolarización de la economía aplicando medidas que algunos consideramos bastante duras (que incluyen tasas de encajes punitivas a los bancos que no cumplan determinados niveles de disminución en la proporción de sus carteras en dólares). Quizá el BCR pudo optar por un patrón de devaluación menos predecible y ello hubiese ayudado a acelerar la desdolarización y a permitir una tasa de interés más baja, pero no cabe duda de que el banco ha preferido asumir el costo de tal predictibilidad y usar instrumentos menos ortodoxos como los encajes punitivos y otros para lograr el objetivo deseado.