Alexander Huerta-Mercado

De niño veía dibujos animados que avizoraban el siglo XXI con autos voladores y con los humanos poblando el espacio. El concepto de la computadora era una máquina enorme con voz que respondía preguntas. La carrera espacial –que fue promisoria y cara y que, en realidad, fue política– se detuvo en la luna a finales de la década de los 60; los recortes de presupuesto, el final de la competencia de la Guerra Fría y los accidentes fatales desaceleraron el sueño interestelar. A su vez, los intereses económicos de las empresas petroleras volvieron vanas las experimentaciones con vehículos distintos a los de gasolina. La nunca ha estado ajena al capital que la mueve. Sin embargo, nadie avizoraba en esos dibujos animados ni en las películas que nuestra ansiedad por estar comunicados iba a desarrollar teléfonos móviles y pantallas portátiles que cambiarían el paisaje moderno casi de un día para el otro. A veces siento que la próxima evolución física que nos espera tendrá que ver con el dedo pulgar o con la inclinación de la cabeza al momento de caminar, pues esta es la nueva postura corporal constante ante el celular.

Yo ingresé a la universidad usando máquina de escribir y ahora no podría teclear los duros caracteres mecánicos; buscaba textos en la biblioteca exclusivamente y no tenía forma virtual de comunicarme con los profesores fuera de clases; he hecho colas en los pocos teléfonos públicos que no estaban malogrados y he considerado, alguna vez, hace ya tiempo, a las llamadas de larga distancia como algo económicamente prohibitivo. Todo ello ha cambiado radicalmente. Definitivamente, el mercado se movió no hacia la conquista del espacio, sino hacia la interacción entre humanos. Ahora somos una sociedad más conectada y sincronizada, con la irónica ilusión de estar más comunicada.

La proliferación de ordenadores hizo temer la desaparición de puestos de trabajo como, en su momento, la irrupción de maquinarias de hilado hizo temer despidos en los albores de la revolución industrial; temores que, lamentablemente, fueron justificados y que nos hacen pensar hasta qué punto la tecnología está al servicio del ser humano.

En los últimos tiempos ha irrumpido el Chat GPT, una versión a la mano de la llamada (IA). En el fondo, es un buscador de datos que ya existían, que puede, eso sí, organizar información y presentarla en forma de texto y, de una u otra manera, refinar luego de algunos intentos la forma en que presenta la data. En realidad, hace tiempo, la velocidad del procesamiento de nuestros datos ha sido usado comercialmente. Se envía publicidad constante a personas que alguna vez consultaron el precio de un producto por Internet. En TikTok, los usuarios también son bombardeados con videos de acuerdo con los gustos que un algoritmo deduce sobre su consumo. Lo novedoso de los nuevos programas de IA es que pueden presentar un texto ordenado en forma de ensayo que puede prestarse para ser usado tramposamente en las tareas escolares, universitarias o laborales.

Nuevamente, la racionalidad humana permite la invención de cosas para las que nuestro desarrollo emocional no está preparado, el gran dilema de la especie. Lejos de ser usado como un elemento para el perfeccionamiento de investigación, me temo que muchos estudiantes usarán las herramientas de la así llamada inteligencia artificial para hacer monografías y asignaciones escolares y universitarias, como lo han venido haciendo con textos de Internet. Esto nos obligará a los profesores, por un lado, a ser creativos a la hora de elaborar preguntas y a cuestionarnos si estamos realmente enfrentándonos a un tipo de inteligencia o simplemente a un procesador de datos, en un espacio donde no todo es confiable, como es Internet, que lo hace de forma rápida, pero que de ninguna manera es creativa. Debe preocuparnos cómo la comodidad nos gana, la tentación por el camino fácil termina siendo perjudicial.

Quisiera dejar en claro que es un exceso nombrar a este conjunto de programas con el nombre de inteligencia. Procesar datos rápidamente, buscarlos y organizarlos es algo notable para una máquina; sin embargo, la inteligencia implica aprender algo y poder aplicarlo a una situación nueva, algo que muchos seres vivos pueden hacer, y que el ser humano hace de manera constante. A su vez, implica poseer una capacidad de abstracción tal que permita construir símbolos complejos de modo que un signo pueda reemplazar contenidos, emociones y significados. Como si fuera poco, la inteligencia implica la capacidad de poder comprender a la otra persona y percibir por analogía su mundo emocional. Eso nos hace humanos.

Felizmente, aún las máquinas no hacen eso; pero, infelizmente, los humanos estamos dejando de hacerlo. En los últimos tiempos, hemos abandonado la creatividad confiando más en copiar y pegar, en buscar en la red o en consumir las mismas películas con efectos especiales por computadora. Hemos abandonado nuestra voluntad por aprender y desafiarnos, volviéndonos más comodones al tenerlo todo en la red. Nos hemos vuelto menos empáticos al no tener que ver a las personas cara a cara, sino simplemente comunicarnos con ellas a través de la pantalla y mediante frases cortas. En pocas palabras, la tentación por la comodidad es, más bien, la que nos está haciendo mutar de seres inteligentes a seres artificiales.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Alexander Huerta-Mercado es antropólogo, PUCP