Carlos Meléndez

En un par de años, la representación nacional volverá a componerse de dos cámaras de padres y madres de la patria. Teóricamente, el interés público y las demandas sociales volverán a ser intermediadas por reflexivos patricios constitucionales, preocupados por diseñar el futuro de la república –senadores– y por pujantes burguesías regionales, encargadas de que el clamor descentralista se concrete en normas en favor de la nación –diputados–. La retornará luego de 34 años, una distancia que separa a Roberto ‘Bobby’ Ramírez del Villar (último presidente de la Cámara de Diputados) de Alejandro ‘autoentrevista’ Soto (actual titular del Legislativo).

El del retorno a la democracia (1980–1992) dista mucho de ser ejemplar. Por entonces, los cumplían –mal que bien– su rol “horizontal” de cohesionar a políticos profesionales en sus respectivos colectivos, generando lealtades y dosificando temporalmente sus ambiciones. Raramente aparecía un tránsfuga o un subordinado traidor. No obstante, cumplían terriblemente mal su rol “vertical” de canalizar demandas sociales, pues nunca fueron capaces de representar la desbordante sociedad popular. Pensaron el pueblo como proletario, no como informal.

El Legislativo bicameral que se reanudará en el 2026 no tendrá partidos que cumplan ninguna de las dos funciones descritas. Ante la urgente necesidad de tales organizaciones, se impone el razonamiento simplón de –a través de nuevas regulaciones– provocar el milagro de partidos fuertes, capaces de potenciar al máximo las virtudes del sistema de dos colegiados. Decenas de voces de especialistas espontáneos, opinólogos, ‘influencers’ y hasta ‘youtubers’ yaperos, portan la consigna de reformas pro partidos, con un voluntarismo que llega a ser insultante. Históricamente, el Perú no ha sido –ni será– tierra fértil para la germinación partidaria. Por lo tanto, tenemos que entender qué podemos producir en medio de nuestra aridez.

Los partidos enraizados y representativos no se construyen vía reformas, sino gracias a místicas. Un intento revolucionario, un exilio masivo, una proscripción colectiva, bajo el liderazgo de un caudillo o un equipo de vanguardia. Los partidos de masas son cuasi religiones, pues no se afilian militantes, sino vidas enteras. Se meten en las mentes, en los corazones y las casas de sus feligreses. El Partido Aprista Peruano sobrevive en los altares familiares, en los que caben fotos de Víctor Raúl Haya de la Torre (y hasta de Alan García) con los abuelos. Hasta los 90, aún se invadían arenales en aras de un terreno propio, cuyos barrios eran bautizados con los nombres de los integrantes de la familia presidencial. Asentamiento humano Susana Higuchi y asentamiento humano Keiko Fujimori resisten en Ventanilla. El Apra podrá haber recuperado su inscripción, pero no me imagino a ninguna casa aprista con retratos de Jorge del Castillo o Mauricio Mulder en la sala que no sean las suyas.

Es que la formación de partidos se ha burocratizado, reducida a firmar planillones a cambio de una gaseosa y a armar sedes tan orgánicas como carretillas ambulantes. La ilusión ingenua que había despertado la posible realización de primarias abiertas, simultáneas y obligatorias, tampoco hubiese generado identidades en una sociedad que vota con el hígado. A los expertos de las agencias de asistencia y cooperación internacional se les han acabado los ‘best practices’, porque la democracia partidaria en América Latina se ha devaluado a tasas inversamente proporcionales a los patrimonios de sus zares y consultores. La ingeniería constitucional se ha frivolizado. Hemos pasado de las leyes de cuotas y cupos indígenas, al ‘gerrymandering’ improvisado. Sí, esa vieja práctica de diseñar distritos electorales con sesgos políticos es parte de la discusión –superficial– que se avecina con la elección de los próximos inquilinos de la plaza Bolívar. Entonces, ¿se puede hacer algo de cara al 2026?

El plan mínimo debe resumirse en una meta: mejorar la representación política prescindiendo de partidos. Parece una contradicción, pero no lo es. Supone, primero, concentrarnos en el diseño de distritos electorales según los ejes de desarrollo económico, social y cultural del país. Y segundo, retornar al financiamiento partidario proveniente de la economía formal. Insisto en esas ideas desde hace más de una década, y las reitero apelando a los nuevos lectores y tomadores de decisión. Con respecto a la primera, se requeriría una reforma al artículo 21 de la Ley Orgánica de Elecciones. La idea es sencilla: crear jurisdicciones electorales dentro de los límites departamentales y metropolitanos. Ni Áncash puede continuar teniendo cinco diputados sin asignarlos adecuadamente a sus “clústeres” (Costa, Callejón de Huaylas y Callejón de Conchucos), ni Lima puede seguir teniendo 35 legisladores desubicados al azar. Este nuevo redistritaje acercará a los congresistas con sus electores, independientemente de la fortaleza de su organización.

La segunda consideración estriba en una sencilla reforma a los artículos 30, 31 y 35 de la Ley de Organizaciones Políticas, autorizando el financiamiento de personas jurídicas, además de las naturales y del financiamiento público, estableciendo límites y mecanismos transparentes para evitar el abuso. De esta manera volveremos a vincular a los actores formales de la economía con la política, para sopesar un tanto los avances de la economía ilegal e informal sobre el control de los órganos estatales. Recordemos que las ideas tan dañinas respecto de la centralidad del financiamiento público y la estigmatización del privado fueron campañas históricas de las agencias de cooperación y de asociaciones civiles con sus consultores más mentados. Son corresponsables del desastre que tenemos. ¡Prohibido olvidar!

Con un ‘gerrymandering’ pro modelo democrático y con el financiamiento transparente de la economía formal a la política, podemos hacer que la nueva bicameralidad no sea una simple reproducción de otorongos y mocha sueldos. Debemos concentrarnos en esas dos tareas inmediatamente. Y, por otro lado: ‘forget the parties’. “Fortalecer a los partidos” tiene el mismo valor de verdad que el “mañana te pago” de los deudores conocidos. Porque aquel ‘desiderio desideravi’ no depende de regulaciones o reformas de gabinete, sino de trabajo de calle, carretera y chacra, más allá del oportunismo electoral. Y en ese sentido, efectivamente, solo dos o tres grupos van a estar siempre en la cédula de votación, y usted lo sabe.

Carlos Meléndez PhD en Ciencia Política y socio fundador de 50+Uno, Análisis Político y Estrategia