Gisella López Lenci

Las protestas empezaron tímidamente en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Un puñado de estudiantes portando unas cuantas pancartas apoyando a los palestinos de la franja de y denunciando los bombardeos israelíes aparecieron desde fines del año pasado. Con el transcurrir de los meses, las manifestaciones crecieron y se han ido expandiendo a muchas universidades de , la mayoría de la Ivy League.

Pero desde hace un par de semanas, se han convertido en un problema y en un gran asunto de discusión sobre el antisemitismo, la libertad de expresión y el abuso de autoridad.

Ahora, campamentos de manifestantes proliferan en los campus e incluso han llegado a Texas y California, donde el movimiento estudiantil no suele ser tan activo como en la costa este. La policía intentó desalojarlos en Columbia la semana pasada y arrestó a más de 100 estudiantes, provocando indignación y encendiendo aún más la chispa. Los universitarios ya no solo protestan por la guerra, sino que exigen que sus casas de estudio dejen de invertir en compañías israelíes.

Usualmente, el movimiento propalestino no tenía eco en Estados Unidos. El apoyo a rajatabla que siempre ha dado Washington a y la importancia de la comunidad judía en el país daban poquísimo espacio a las voces que denunciaban la ocupación. Más aún cuando la islamofobia se esparció en Occidente después del 11 de setiembre y el yihadismo puso al terrorismo islamista como la principal preocupación global.

Pero los casi 35 mil muertos que viene dejando la guerra y el ingente presupuesto que sigue entregando la administración dea Benjamin Netanyahu han llevado a miles de jóvenes estadounidenses a alzar su voz, sabiendo que están en un año electoral donde los demócratas se juegan su permanencia en la Casa Blanca.

Quienes critican las protestas señalan que se trata de un antisemitismo disfrazado, pero entre los manifestantes también hay estudiantes judíos que están en contra del gobierno de Israel (porque una cosa es protestar contra los políticos y otra contra la identidad de una nación). Es cierto que en cualquier movimiento de masas los radicales se suelen camuflar y los discursos de odio se filtran, pero eso no desacredita un movimiento civil de jóvenes que intentan dar su opinión sobre un conflicto tan complejo.

Sin duda, esta protesta no acabará con la guerra, pero podría propiciar un cambio de timón, sobre todo cuando lo que menos necesita el presidente Biden es perder potenciales votos para su reelección.







*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Gisella López Lenci es Periodista

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