El vecindario está movido. Ñamérica (como sabiamente la ha llamado Martín Caparros) vive conflictuada, ni olas de izquierda ni de derecha, solo ventiscas de profundo rechazo contra el ‘establishment’ político, con las excepciones de El Salvador, Uruguay y, quizá, México. Han asesinado a un candidato presidencial en Ecuador a días de la elección; en Guatemala la candidata oficialista ha dicho que le van a robar esta elección (que las encuestas prevén será una paliza en favor del opositor); mientras en Colombia, Petro ve socavada su legitimidad por la acusaciones de financiamiento proveniente del narcotráfico en su campaña; Bukele planea con fuerza exportando su receta contra el crimen en medio de acusaciones gravísimas; mientras López Obrador comienza a controlar económicamente el transporte aéreo y marítimo con respaldo de las Fuerzas Armadas mexicanas como lo narrara con mucho detalle Michael Stott en el “Financial Times” hace pocos días. Y, por si fuera poco, ha nacido el ‘outsider’ argentino: Javier Milei.
Parte de las élites aristocráticas del vecindario se entusiasma con Milei y su programa libertario, ven con endiablada seducción su retórica populista, su desollado credo libertario. En el Perú o, mejor dicho, dentro de los círculos libertarios peruanos (tan mayoritarios y populosos como los círculos caviares), se comparten los sueños idílicos de la identificación del pueblo argentino con los ideales del mileinismo que solo existen en sus afiebradas mentes. Los progresistas del vecindario, mientras tanto, se rasgan las vestiduras, pregonan que Milei es luciferino, lo “peor” que le podría pasar a Argentina; desde su insoportable tufo de supremacía moral, es inexplicable que un país con tan embrujada inflación y pobreza galopante sea capaz de elegir a alguien tan disparatado como Milei. Es su propia versión del “no lo vimos venir” limeño sobre Pedro Castillo en el 2021. Destruir un país que era una de las economías más ricas del mundo en algún momento pasa la factura.
Si bien el Perú es la vanguardia de la crisis de representación del continente como ha escrito Juan Pablo Luna, y muchos de los fenómenos de la región aparentan ser nuevas temporadas de la crisis peruana, hay muchos matices que debemos evitar. Argentina tiene hiperinflación y pobreza, pero Milei está bastante lejos de ser Fujimori. Lejos de tener el respaldo que recibió Fujimori para cargarse un poder del Estado y hacer realidad su plan de gobierno. Podemos discutir teóricamente la dolarización, la venta de órganos, pero ¿Milei tendrá el poder político necesario?
Fujimori fue el ‘outsider’ por excelencia en Latinoamérica, pero el momento político que enfrentará Milei no es el mismo. Fujimori optó por la ruta autoritaria y el ‘shock’ económico en medio de los momentos más álgidos del terrorismo, un camino casi imposible de recorrer para Milei, que todavía tiene que hacerle frente al sólido tercio del peronismo y a la centro-derecha de Macri. Fujimori tuvo los medios políticos para hacer el ‘shock’ que dijo jamás haría y la popularidad para deshacerse del parlamento que lo “estorbaba”. Milei es muy probable que, ni aprovechando la ola ‘anti-establishment’, llegue a quemar el Banco Central porque, apenas haga el amago intervencionista, el peronismo se le volcaría a las calles y haría insoportable su supervivencia política.
Más que seguir la senda de Fujimori, terminaría bajo las ruedas de los caballos como Martín Vizcarra o Pedro Castillo, porque, más allá del entusiasmo de sus seguidores, Argentina todavía no ha alcanzado a destruir a sus partidos políticos ni a su capacidad de movilización e identificación partidaria. En Argentina, para gobernar, estás obligado a concertar y Milei ha destruido cualquier posibilidad de consenso. El peronismo de Cristina Fernández tiene una increíble resiliencia y como ella misma ha reconocido esta elección era de pisos más que techos, y lo importante sería demostrar esta resiliencia en la elección de octubre y llegar a la segunda vuelta con vida.
En Argentina no hay todavía dispersión del poder entre muchísimos actores sin representatividad como lo hay en el Perú o hasta en Colombia. Los partidos todavía movilizan y representan. Quizá en unos años, de tanto fracaso, comiencen a enterrarlos y se suban al barco de la ingobernabilidad peruana. Un país tan rico como Argentina merecería, por justicia y potencial, acabar con los monstruos de la inflación y la pobreza, y aun así toda salida posible pasa por un inevitable trauma que arremeterá más sobre los que menos tienen. Con certeza, como escribía Julio Cortázar, solo hay un medio para matar los monstruos: aceptarlos.