La victoria de Javier Milei en Argentina (2023) y la derrota (en ‘ballotage’) de Jair Bolsonaro en Brasil (2022) y José Antonio Kast en Chile (2021) dan cuenta de una plausible tendencia entre el electorado del cono sur, proclive a endosar su apoyo a candidaturas de derecha. En los tres casos, se trata de proyectos políticos de reciente formación que rompen con los partidos que solían representar la derecha convencional en sus respectivos países. El éxito electoral de Milei no hubiese sido posible sin el descrédito previo de la alianza entre el macrismo y la UCR. Bolsonaro emergió luego de la caída en desgracia del PSDB y del MDB, transformándose de diputado de nicho en presidente de todo Brasil (2018). Finalmente, el Partido Republicano organizado por Kast se originó como escisión de la UDI, bajo el supuesto de que este había dejado de encarnar el orgullo (¿y la vergüenza?) del pinochetismo. Los tres –cada cual a su manera– aprovecharon la falta de renovación interna de la derecha tradicional, su desgaste y adormecimiento, y se posicionaron más a la derecha aún. Se radicalizaron, al punto de convertirse –sobre todo Milei y Bolsonaro– en ‘jokers’ cuyas plataformas “programáticas” consistieron en destruir el orden establecido. Pues esta radicalización (inédita) de un sector de la élite de la derecha sudamericana tiene un correlato a nivel individual.
El fenómeno de la radicalización de la derecha –en sus versiones populista y extrema– es reciente en América Latina (en comparación con Europa). Para aclarar conceptos, la primera versión refiere a radicales que nominalmente abrazan la democracia, pero que, guiados por sus reflejos populistas, pueden criticar instituciones de la democracia liberal cuando estas no funcionan a su favor. La segunda versión acoge a quienes son abiertamente autoritarios, sin reparos. Como se aprecia, ambas estirpes son distintas de la derecha convencional, históricamente representada por conservadores, demócratas cristianos y liberales. Tomando como base discursos, entrevistas, manifiestos programáticos, etc., normalmente se ensaya una categorización de los líderes políticos en estos términos acuñados en el viejo continente. Pero es escurridizo tal encasillamiento para nuestra región. En determinadas coyunturas, Bolsonaro puede ser populista; en otras, una amenaza artera para la democracia. Milei termina pactando con la derecha macrista y hasta retractándose de las ofensas guasonianas. Kast no se despeina como Milei y puede tener gestos republicanos como reconocer una derrota electoral y llamar por teléfono al contrincante (como hizo con Gabriel Boric) en vez de clamar fraude.
Dada esta complejidad, creemos que resulta enriquecedor para el debate analizar a los seguidores de estos líderes políticos. De hecho, casi no existen estudios sistemáticos sobre el perfil de los ciudadanos que optaron por estas alternativas. Para llenar ese vacío, un equipo multinacional de colegas politólogos acabamos de publicar un estudio empírico –basado en encuestas de representatividad nacional en Argentina, Chile y Brasil– para comprender a los electores de ultraderecha en estos países¹. No se trata de especulaciones o categorizaciones desde baremos morales, sino de un primer escrutinio de datos originales de opinión pública, manteniendo la rigurosidad y la comparación.
El apego leal a Milei, Bolsonaro y Kast figura en alrededor del 30% de los encuestados (quienes respondieron cuatro y cinco, en una escala de cinco posiciones, donde cinco es “definitivamente sí votarían” por estas figuras): 29%, 33% y 30%, respectivamente. Sin embargo, sus antis (quienes respondieron uno y dos en dicha escala) logran ser mayoría, alrededor del 60%, aunque en el caso argentino no tuvieron la contundencia para evitar la victoria del libertario. En términos sociodemográficos, no existen patrones transversales a los casos. En Europa, los “perdedores de la globalización” tienden a movilizarse por la ultraderecha, pero en los países indicados, la evidencia no registra un patrón uniforme. En Argentina, el voto pro-Milei se concentra en las clases bajas (y su anti en la clase media). En Brasil, no existen diferencias importantes según nivel de ingreso (aunque la mayor brecha entre el voto a favor y en contra de Bolsonaro se halla entre los estratos más bajos). En Chile, la favorabilidad a Kast aumenta en la mesocracia.
Aunque no parece haber factores económicos que condicionan el apoyo a esta nueva derecha, sus seguidores sí están cohesionados por preferencias ideológicas promercado. Este perfil de elector es el mayoritario entre quienes consideran que debería haber una mayor diferencia de ingresos como incentivo al esfuerzo individual y un menor gasto del Estado en beneficios sociales. Por otro lado, el bloque social incondicional a estos políticos que han “renovado” la derecha tiene posiciones conservadoras cuando se trata de asuntos morales. Entre quienes están en desacuerdo con el aborto en cualquier circunstancia y entre quienes se oponen al matrimonio entre personas del mismo sexo, los seguidores de la ultraderecha son mayoría en cada uno de los tres países estudiados. Liberales en lo económico y conservadores en lo social es la esencia ideológica del tercio de simpatizantes de la derecha de moda en el vecindario. Quizás no sea sorpresa, pero vale la constatación.
Frente a la democracia, no debería haber preferencias que valgan. Lamentablemente, entre los electores de Milei, Bolsonaro y Kast, los porcentajes de quienes están en desacuerdo con que la democracia sea la mejor forma de gobierno son mayores de manera significativa que en el resto de las poblaciones respectivas. En este grupo de fans de los derechistas radicales también predominan quienes consideran que las regulaciones de tenencia de armas deberían ser menos estrictas y quienes están a favor de la pena de muerte. Asimismo, tienden a creer que los delincuentes volverán a cometer crímenes antes que confiar en que pueden ser reeducados. Independientemente de si los líderes de esta derecha emergente sean extremistas o no, sí existe en la sociedad un potencial –aún contenido por sus antis– de “mano dura” capaz de ignorar principios de la democracia liberal. Por ahora, parece que mientras los líderes derechistas pueden cantar a gusto “we are sudamerican jokers”, sus seguidores pueden completar el estribillo con “nous sommes fachos sud américaines”.