Iván Alonso

La es la principal propuesta económica del candidato presidencial argentino Javier Milei, que obtuvo la más alta votación en las elecciones primarias el mes pasado. El objetivo es acabar con la inflación, una enfermedad crónica de la , quitándole al banco central la facultad de imprimir moneda para financiar el déficit fiscal. A principios de este año, la inflación cruzó la barrera del 100%; el déficit fiscal supera actualmente el 4% del producto bruto interno (PBI).

Argentina, a diferencia del Perú, no tiene un banco central independiente. Su ley orgánica dice que es “autárquico”, pero a su presidente y sus directores los nombra el gobierno, y los puede remover por incumplir sus funciones, tales como “contribuir al buen funcionamiento del mercado de capitales”, por ejemplo. Esto deja un amplio margen de interpretación. En la práctica, la política monetaria argentina está supeditada a la política fiscal.

La discusión en estos días se centra en la implementación de la propuesta, en caso de que llegue Milei a la presidencia. Algunos economistas dividen la cantidad de pesos en circulación entre los pocos disponibles en el banco central y concluyen que la dolarización implicaría una monstruosa devaluación inmediata. Pero eso supone una conversión forzosa de pesos a dólares, que no es la única manera de dolarizar.

El Gobierno Argentino podría retirar todos los pesos en circulación en cuestión de meses, recibiéndolos como medio de pago de los impuestos federales. El problema es que, para no retornarlos a la economía, tendría que comenzar a pagar sus gastos en dólares, que en este momento no tiene, pero sí más adelante, cuando la gente comience, también, a pagar sus impuestos en dólares. Para capear el temporal, el gobierno necesitaría no menos de US$9.000 millones, que es el equivalente de la base monetaria (depósitos en el banco central más billetes y monedas en circulación) al tipo de cambio “blue”; Milei y su equipo calculan US$40.000 millones. ¿De dónde saldrían?

En tiempos normales uno pensaría en el Fondo Monetario Internacional. Pero el fondo está en un tira y afloja con Argentina. Otra opción es formar un club de países amigos que se los preste. Otra más, endeudarse con los propios argentinos, que tienen varias veces esa cantidad de dólares en su país y en el extranjero. En cualquier caso, la dolarización por esta vía tiene un costo fiscal. Quizás valga la pena pagarlo, pero primero hay que encontrar un prestamista.

Suponiendo que se lo encuentre, ¿es la dolarización un remedio efectivo contra la inflación crónica? Miremos la historia clínica de Ecuador, que llevaba 40 años con una inflación de dos dígitos cuando decidió dolarizar su economía. A principios del 2000, justo antes de la dolarización, la inflación había llegado al 60% y subió a más del 100% en los seis meses siguientes, antes de comenzar a bajar. Pasaron casi cuatro años hasta que se nivelara con la inflación norteamericana. Desde entonces, se ha mantenido muy cerca de esta: a veces, un poco por encima; a veces, un poco por debajo. Pero nunca más ha pasado de un dígito. Desde ese punto de vista, al menos, la dolarización funcionó.




*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Iván Alonso es economista

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