Javier Díaz-Albertini

El comandante de las fuerzas británicas en Francia durante la Primera Guerra Mundial, Douglas Haig, inició la batalla del Somme. En el primer día, murieron casi 20.000 soldados ingleses, la mayor fatalidad sufrida por el ejército británico en un solo día. Convencido de la guerra de desgaste, Haig escribió que estas muertes no debían ser consideradas severas en vista del número de tropas involucradas y que, para triunfar, el costo en vidas seguiría siendo muy alto. El general representaba el clasismo inglés enquistado entonces en la oficialidad mayor: pretencioso, socialmente distante, con nula empatía, soberbio al no reconocer errores y por persistir en ellos.

Una vez más, un gobernante decide un ‘shock’ traumático como única salida a una situación económica dramática. El flamante presidente anunció que no había plata y que venían tiempos difíciles de aumento de la inflación, desempleo, devaluación y pobreza acompañada de una radical disminución de subsidios y programas sociales. Es una medida que muchos consideran “valiente”. Cual general Haig, es un plan de batalla que afecta a muchos, pero no a los que deciden imponerlo.

La terapia del ‘shock’ es proclamada como la única medida para estabilizar la economía y encaminarla hacia el ajuste estructural, alternativa eficiente frente a las “fracasadas estrategias gradualistas”. Sin embargo, esto no es cierto. La discusión científica y académica –no la ideológica– sobre las relativas ventajas del ‘shock’ y el gradualismo es compleja, ya que los análisis de casos no ofrecen una sentencia inequívoca. Ambas estrategias han funcionado y fracasado en distintas sociedades. Sin embargo, es necesario aprender del pasado para que el sacrificio no sea en vano, ni hipoteque a toda una generación en el proceso.

En primer lugar, el éxito del ‘shock’ o del gradualismo está fuertemente determinado por la solidez de las instituciones encargadas de dialogar, diseñar, implementar y monitorear las políticas estabilizadoras. Por ende, en un entorno de instituciones débiles y poco imperio de la ley, el camino libertario puede llevar al desmoronamiento del Estado de derecho, la creciente informalidad, la corrupción y el auge de organizaciones criminales (léase el Perú y Rusia). Todo esto es más probable, además, cuando la estrategia se construye sobre prácticas que desmantelan e inhabilitan al aparato estatal (Milei).

En segundo lugar, el sacrificio necesario para lograr la estabilidad debe realizarse con el mayor consenso ciudadano posible. Un ‘shock’ radical normalmente se construye en la opacidad, aprovechándose de “eventos políticos extraordinarios”. No debe llamar la atención que los modelos neoliberales de mayor duración en Sudamérica (Chile y el Perú) se realizaron bajo regímenes autoritarios y dirigidos por una tecnocracia aislada del ciudadano común. Gobernando vía facultades legislativas y decretos (y nuevas Constituciones), debilitaron la institucionalidad democrática. Estas medidas impuestas “desde arriba”, no obstante, corren mayor riesgo de ser revertidas en el tiempo, ya que no cuentan –desde el inicio– con la legitimidad necesaria (verbigracia, el pedido de asambleas constituyentes en Chile y el Perú).

En tercer lugar, las medidas de estabilización que mejor han funcionado y perdurado son aquellas que tenían planes de desarrollo de mediano a largo plazo como guía. La “mano invisible” solo funciona en algunos casos. La intervención pública es esencial para invertir en personas (alimentación, educación y salud), mejorar la productividad e impulsar la innovación e investigación; todas, medidas indispensables para alcanzar el desarrollo (aspectos, por ejemplo, relegados en el Perú).

Veamos nuestro caso en particular. Incluso diez años después del ‘fujishock’, más del 50% de nuestro país era pobre (2000-2001). En los próximos años de ‘boom’ económico, esto mejoró, pero seguíamos con indicadores mediocres en las principales medidas de bienestar, institucionalidad y capital humano (véanse los índices de competitividad). ¡Toda una generación de jóvenes perdida por solo insistir en la estabilidad macroeconómica y el piloto automático!

¿Eso quieren en ? Hay liberales que entienden que la estabilización también involucra la política, la institucionalidad democrática y el bienestar (véase la columna en este Diario de Diego Macera, 19/12/2023). Solo fortaleciendo instituciones, involucrando a los ciudadanos, siendo transparentes y equitativos es que la estabilización se convierte en un acto de valentía porque significa que el líder tiene empatía y reduce el llamado costo social; es decir, cuando se reemplaza la motosierra por el bisturí.

Javier Díaz-Albertini es Ph. D. en Sociología

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