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Todo indica que pronto, en el Perú, las personas homosexuales podrán contraer matrimonio como cualquier compatriota. Pues bien, como para ir calentando motores, por qué no dar una mirada a la nueva y más civilizada sociedad que se nos viene.
Digamos que ya, que la ley se aprobó y que las uniones civiles son cosa de todos los días. Echando un vistazo alrededor notaremos que, en efecto, varias cosas están cambiando. Aunque no necesariamente como advertían los agoreros.
En los juzgados familiares, por ejemplo, la decisión sobre la tutela de los hijos ya no privilegia ciegamente a la madre. Enfrentados a familias formadas por dos papás o dos mamás, los jueces, los que se toman su trabajo en serio, a los que no les entran balas, de este nuevo Perú se están dando cuenta porque lo están viendo con sus propios ojos de que no es que haya un género más apto que el otro para criar a los hijos sino solamente individuos con mayor o menor capacidad o disposición de ocuparse de la prole.
Algo parecido ocurre en las comisarías. Los efectivos casi ya no se sorprenden de acoger a hombres maltratados por sus esposos. Claro que cuando empezaron a llegar a tremendos muchachones con historias de abusos conyugales no les fue fácil tomarlos “en serio”, pero con el tiempo, y con la cantidad de casos que han visto, se han ido haciendo a la idea de que en esto de la violencia familiar la fuerza física es solo uno de los factores. En realidad, lo que más les ha costado es lidiar con la violencia ejercida por las mujeres; dejar de verlas exclusivamente como potenciales víctimas.
Otra transformación en curso, y de las más espinosas, tiene que ver con las pensiones de alimentación. Con la nueva situación, han surgido también inesperadas variantes para decidir quién paga qué. En el plano jurídico, el tema es apasionante y todo indica que esto apenas está comenzando.
Antes de regresar del futuro cercano, una miradita a los hogares, por si las dudas: pues nada, todo normal. Aunque, un ratito, pensándolo bien, algo muy extraño parece estarse cocinando en estas casas: es papá el que cocina y es papá el que paga las cuentas; es mamá la que repara el carro y es mamá la que cose los disfraces de Halloween. ¿Tareas domésticas plenamente compartidas? ¿Qué ejemplo es ese para nuestros niños, oiga?