Ian Vásquez

Fue penoso ver el debate entre y la semana pasada y no solamente por lo más obvio y bien comentado: que el presidente estadounidense se mostró mentalmente decaído y frecuentemente incapaz de hacerse entender, entre otras razones, por haber perdido el hilo de su pensamiento.

Aunque nunca debemos esperar demasiado de los debates presidenciales como una discusión seria de políticas públicas, el encuentro ni siquiera estuvo a la altura de las expectativas bajas. Ni durante ni después del debate se trataron en serio las propuestas de cada candidato.

Trump mintió y exageró repetidamente y Biden fue incapaz de desafiarle, enredándose en respuestas desenfocadas. No hubo momentos memorables en los que los candidatos argumentaron de manera mesurada sobre las fallas en las ideas de su contraparte. Eso fue una lástima porque las propuestas y el récord de ambos son lamentables.

Ambos candidatos desconfían a su manera de la tradición estadounidense de limitar el poder político y de un mercado libre y abierto. Ambos son proteccionistas y dispararon el gasto y la deuda pública estando en el poder. La deuda ahora llega a alrededor del 100% del PBI y se estima que el déficit fiscal para este año llegará al 6,7% del PBI.

Dadas las posturas de los candidatos, para no hablar de sus temperamentos, es probable que una discusión seria y sostenida sea imposible. Veamos el tema del comercio. En un momento lúcido, Biden criticó la propuesta de Trump de imponer un arancel del 10% a las importaciones de todo el mundo. Según Biden, esa política equivaldría a “un impuesto sobre todo lo que entra al país”.

Correcto. Pero Biden tiene poca credibilidad al respecto. Como presidente, Trump impuso los aranceles a China que Biden criticó antes de ser presidente pero que ha mantenido, algo que el mismo Trump comentó en el debate. Es más, Biden aumentó varios impuestos a las importaciones chinas de manera sustancial. Todo eso no le impidió a Trump declarar, con la incoherencia que le caracteriza, que las políticas comerciales de Biden hacia China estaban “destruyendo nuestro país”.

El intercambio fue patético porque las políticas comerciales de Trump como presidente fracasaron, algo que Biden no mencionó. En el 2018 y el 2019, Trump aplicó impuestos a las importaciones por un valor de alrededor de US$80.000 millones que, según la Tax Foundation, representó uno de los mayores aumentos de impuestos en décadas.

Esas medidas proteccionistas no redujeron el déficit en la balanza comercial –una meta sin sentido–, pero sí redujeron la oferta, la calidad de la misma y fueron los ciudadanos estadounidenses quienes terminaron pagando por los nuevos impuestos. La Tax Foundation concluyó que los aranceles de Trump, mantenidos por Biden, reducirán el tamaño de la economía a largo plazo, achicarán el stock de capital y generarán una pérdida de 142.000 empleos.

La propuesta de Trump de un impuesto del 10% a las importaciones es todavía peor. La misma fundación calcula que esa medida disminuiría la economía y el stock de capital todavía más, y produciría una pérdida de 684.000 puestos de trabajo.

Nada de eso surgió en el debate ni después. En su lugar, la discusión se centró en la aptitud mental del presidente Biden. Todo el país presenció lo que muchos han sabido por largo tiempo y lo que los comentaristas afines a Biden negaron hasta ese momento, algo que los desacredita a ellos también. Muchos demócratas prominentes y simpatizantes de Biden –el 45% de los mismos demócratas, según una encuesta– ahora quieren que se retire de la contienda. Pero si Biden no es apto para ser candidato, ¿se puede decir que es apto para continuar siendo presidente?

El Partido Demócrata ha entrado en pánico, pero el episodio refleja una crisis más generalizada en la sociedad estadounidense.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.


Ian Vásquez Instituto Cato