"¿Era prudente hacer una broma pública sobre Mao en un país que sufrió la insania de Sendero Luminoso?" (Collage: El Comercio)
"¿Era prudente hacer una broma pública sobre Mao en un país que sufrió la insania de Sendero Luminoso?" (Collage: El Comercio)
Gustavo Rodríguez

, el filme que postula mañana a Mejor Película en los , es una atípica inmersión en la tragedia del nazismo: Jojo es un niño alemán, militante de las Juventudes Hitlerianas, que tiene al Führer como amigo imaginario y que odia a los judíos por mera ideología. La película es un camino salpicado de humor negro en el que Jojo toma conciencia del error en que ha vivido. Algo de ella me hizo recordar a “La zona de interés”, la novela de Martin Amis, donde tres oficiales nazis tienen que organizar la logística necesaria para realizar con eficiencia el Holocausto. Sarcástico, el libro no fue editado en Alemania y Francia debido a excusas administrativas que nadie tomó en serio. Me pregunté entonces, nuevamente: ¿cuánto tiempo tiene que transcurrir para que un tema doloroso, que hizo sufrir a tantos, pueda procesarse a través del humor?

Hace unos veinte años asistí en Buenos Aires a un festival de creatividad, donde proyectaban en un gran salón una retahíla de anuncios publicitarios que postulaban a recibir un reconocimiento. En la pantalla de pronto apareció una ambientación en penumbras, donde un hombre era vejado por sus torturadores: metían una y otra vez su cabeza en un cilindro de agua hasta casi ahogarlo y, cada vez que su rostro emergía en busca de la más recóndita molécula de oxígeno, el torturado iba perdiendo un poco de vida. Al final, luego de una inmersión especialmente despiadada, el torturado le exclama a sus captores: “¡Está bien, está bien…! ¡Voy a agrandar el logotipo!”. En tanto en el anuncio aparecía la firma de una asociación de publicistas argentinos, una cadena de risas brotó en los asistentes, muchos de los cuales compartían la presión de sus clientes para restarle estética a sus anuncios a cambio de información. De pronto, una voz congeló a todos desde el fondo: “¡Váyanse a la reputa madre que los parió!”. Mientras abandonaba la sala, el hombre siguió gritando, entre silbidos. Incómodo, caí en la cuenta: ¿cuánto tiempo había pasado desde las torturas de la dictadura militar en Argentina?

Hace unos meses me asaltó una duda antes de compartir en redes una foto. Iba paseando por Trujillo con una gorra tipo Mao –verde militar y con una estrella roja al frente– que había comprado en China, cuando me topé con un letrero en una casona roja: “Mao-Estudio Fotográfico”. Divertido por la coincidencia me tomé un ‘selfie’. Pero luego me petrifiqué: ¿Era prudente hacer una broma pública sobre Mao en un país que sufrió la insania de ? Mientras guardaba la foto, se me ocurrió que también deberían guardarse sus comentarios quienes alegremente califican de “terrorista” a cualquiera que realice peticiones que no son de su gusto. ¿No es vergonzoso colocar a ciudadanos que expresan su opinión al mismo nivel que los verdugos que desangraron a nuestro país? Comparar un punto de vista distinto, así no nos guste, con un atentado asesino es un chiste cruel: es una enorme falta de respeto a las víctimas porque minimiza lo que en verdad fue el terror.

Banalizar el terrorismo de esta forma solo puede ocurrírsele a gente que es o desinformada, o insensible, o recortada de sesos. Es como para gritar como aquel argentino.

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