“Al contemplar las areniscas playas de Nasca y las peladas rocas de San Lorenzo, más bellas a mis ojos que los vergeles de Italia y las pingües llanuras de Bélgica, cuán dolorosa fue mi sorpresa al mirar sobre los torrentes de las fortalezas tremolando el pabellón español, en lugar de las banderas de la patria”, refirió José María de Pando al avizorar la costa peruana luego del fiasco constitucionalista con sede en Cádiz, donde tomó partido, entre 1820 y 1823, por el bando liberal. El descendiente de la aristocracia colonial regresó a su tierra de origen huyendo de la “tiranía” de Fernando VII y de una España anarquizada por una multitud de facciones. Por esos “extraños designios del destino”, a los que varias veces se referirá en sus escritos, se cruzó con Simón Bolívar, al que conoció mientras servía en la Legación Española en Roma y quien luego de la mítica Batalla de Ayacucho (1824) le ofreció primero la Secretaría de Hacienda y luego la cancillería de la administración bolivariana.
Años después, cuando se le retiró la nacionalidad española por servir a los patriotas, Pando declaró la necesidad que tuvo en ese momento dramático de “implorar del cielo” peruano una “sombra protectora” para descansar su cabeza de “proscripto”. El tropo del proscripto, que remite a la noción del enemigo público castigado con el destierro, así como también al del exilado o el expatriado, fue un tema común en la literatura romántica, expresada en un personaje de la talla de Lord Byron, a quien Pando citará en su último libro, “Pensamientos y apuntes sobre moral y política” (1837), que concibió y escribió entre Chiclana y Cádiz, antes de su fallecimiento, a los 53 años, en Madrid (1840). “Pensamientos y apuntes sobre moral y política” es el testamento político y cultural de un servidor público transnacional en el que no solo despliega su inmenso caudal intelectual, acumulado a lo largo de varias décadas de lectura y práctica diplomática, sino una advertencia para esa juventud a la que se dirigió para prevenirla sobre los laberintos y artificios del poder. Era el “náufrago” de muchos combates políticos, quien solicitaba a los jóvenes “liberarse de ideas exclusivas e intolerantes” que atentaban contra la templanza y serenidad requerida en el servicio público.
Antonio Gramsci ha señalado que durante las transiciones políticas surgen monstruos de todo calibre. Dedicado a las nuevas generaciones, el objetivo de “Pensamientos y apuntes sobre moral y política” fue transmitir, también, el desasosiego de un criollo-americano en el tránsito final de un camino sembrado de precipicios, que fue global pero también nacional. Y es que Pando condensa todas las angustias y penurias de un político que opera en el umbral de un nuevo orden que aún no se concreta, lo que va de la mano con una identidad que, en su caso particular, es múltiple. Llamada por los griegos ciudadanía cosmopolita, su principal virtud será el enorme caudal de conocimiento que el sujeto imperial –en este caso, Pando– logrará acumular a lo largo de una vida de servicio burocrático que aunque incierto es constante y en clave meritocrática. El cosmopolitismo del representante del Perú en el Congreso Anfictiónico de Panamá les pasará la factura de la desconfianza a ambos lados del Atlántico, al ser tildado de godo en el Perú y de liberal radical en España.
A pesar de ello, las experiencias –tanto en el ámbito nacional como global– le permitirán a Pando plantear una serie de preguntas que, por su perspectiva y profundidad, son todavía vigentes: “¿Se han parecido todos los siglos al nuestro? ¿Ha tenido siempre el hombre bajo sus ojos, como en nuestros días, un mundo donde nada encadena, en el que la virtud está sin genio sin honor; donde el amor del orden se confunde con la afición a los tiranos, y el culto santo a la libertad con el desprecio de las leyes; donde la conciencia no arroja más que una claridad dudosa sobre las acciones humanas; donde nada parece ya prohibido ni permitido, ni honesto ni vergonzoso ni verdadero ni falso?”.
En estos tiempos de relativismo moral y del sálvese quien pueda, donde las mentiras, junto con la violencia desatada, se imponen sobre la civilidad y las instituciones, Pando, así como muchos otros peruanos que transitaron vidas personales y etapas históricas plagadas de precipicios, nos lleva a recuperar, con todas las limitaciones de cada caso, una serie de valores olvidados. El vocabulario de la ética, de la dignidad, pero por sobre todo el valor de la palabra que intenta crear comunidad y sentido en un mundo regido por la anomia, el absurdo, la rapacidad y la más absoluta impunidad.