Que Nadine Heredia, la esposa del presidente Ollanta Humala, tenga, según las encuestas, tanto o más poder político que este, no encierra mayor novedad.
La novedad es que Humala y Heredia se autocomplazcan de ello, como si se tratara de una pertenencia monárquica intrínseca, a la cual los peruanos debámosle absoluta aceptación, obediencia y respeto.
Lo que más bien Humala y Heredia tienen que entender es que el poder político presidencial, en el ordenamiento constitucional peruano, no es producto de un mandato divino ni la construcción mágica a cuatro manos de la pareja inquilina de Palacio de Gobierno.
Es bueno y oportuno que nuestros gobernantes se ubiquen perfectamente bien respecto del poder que ejercen para que los peruanos sepamos también, perfectamente, quién o quiénes deben no solo responder por nuestros votos sino además por los impuestos que pagamos, siempre con más puntualidad que los resultados que el Estado puede ofrecernos.
Ahora que vivimos tiempos electorales municipales y regionales y a solo un par de años de la próxima elección presidencial, haría falta que dignatarios, líderes políticos, magistrados y funcionarios recuerden de dónde proviene el poder político que sustenta sus cargos, con qué limitaciones y balances, con qué deberes y obligaciones y con qué grado de rendición de cuentas frente a la sociedad.
El poder político del presidente Humala, el poder político de la presidenta del Congreso, Ana María Solórzano, el poder político de la alcaldesa Susana Villarán y el poder político de cualquier presidente regional o burgomaestre distrital, no es un poder concedido en propiedad única o mancomunada.
Lo que precisamente caracteriza a las democracias es la delegación del poder presidencial, parlamentario, municipal y regional, según los casos, a través del voto popular.
El presidente Humala tiene, pues, un poder delegado. No es que llegó a Palacio de Gobierno con un poder heredado o adquirido por cuenta propia. Tampoco se trata de un poder que él y su compañera de vida hayan ideado y moldeado a imagen y semejanza de sus sueños y proyectos. La naturaleza del poder constitucional que Humala encarna tiene sus parámetros perfectamente identificables. No hay manera de confundir el poder presidencial con cualquier otro que lo acompaña en la estructura institucional del país, como el poder parlamentario y el Poder Judicial.
Si el dignatario de turno es consciente de esto, es decir, de que no es dueño del poder que ejerce, sino que este le ha sido dado a plazo fijo y con determinadas exigencias, comenzando por servir a la sociedad, entonces su comportamiento no será destemplado ni arrogante. Tendrá la humildad de reconocer que sus prerrogativas terminan ahí donde comienzan las prerrogativas de los demás.
Muchos de quienes se sienten dueños del poder político delegado en las urnas, devienen en personalidades intolerantes y autoritarias e inclusive en autores y promotores de proyectos de reeleccionismo y perpetuación.
De ahí que el secuestro del voto ciudadano se haya convertido en una práctica a menudo común y corriente en algunos países de América Latina.