"Juan Villoro, el boys y los hijos de gays"
"Juan Villoro, el boys y los hijos de gays"
Redacción EC

Anteanoche venía escuchando un programa sobre fútbol cuando uno de sus conductores reprodujo parte de una entrevista a : “Querer cambiar de equipo es como querer cambiar de infancia”, decía el escritor mexicano. Sencillamente no se puede. “Es la última intransigencia legítima en este mundo”.

Dos días después de que la Corte Constitucional colombiana de que una pareja homosexual adoptase a un menor, las palabras del hincha del Necaxa me parecieron útiles para entender por qué en nuestros países predomina todavía el rechazo a que personas del mismo sexo puedan contraer matrimonio, convertirse en padres por adopción o simplemente caminar de la mano por la calle.

Nací en una familia vinculada al Sport Boys y antes de entrar al colegio había acompañado ya infinidad de veces a mi abuelo al estadio para alentar al cuadro porteño. Me hice hincha del Boys y nunca dejaré de serlo —no importa cuánto se tarde mi equipo en emerger de su tercer descenso—.

No se trata de una decisión heroica ni masoquista. Porque no se trata de una decisión, sino de un elemento de alto contenido emocional que se hizo parte de mi identidad —como el hecho de ser peruano— durante un período tan crucial como la infancia.

Las sociedades inciden en sus integrantes y desde pequeños los educan —o adoctrinan—para valorar los comportamientos y preferencias que consideran normales (a los que muchas veces se refieren como “naturales”) y aborrecer los que califican como desviados.

Puede ser complicado, sin embargo, defender la solidez del límite entre lo normal y lo anormal cuando otras sociedades presentan criterios distintos para establecer la diferencia. ¿Es natural la monogamia o la poligamia? Y la tarea se vuelve aún más difícil cuando es al interior de una misma sociedad que una costumbre tradicionalmente considerada como normal pasa a considerarse como una vergüenza, como en el caso de la esclavitud, el apartheid o la sumisión legal de la mujer.

Descubrir que las reglas de conducta con las que uno se formó carecen de sustento puede afectar el sentido de identidad de muchos y hasta producir vértigo. Por eso no sorprende que la mayoría se resista al cambio. Porque no se puede cambiar de infancia. Pero todo hincha sabe, aunque le cueste admitirlo, que con un mínimo cambio de circunstancias, bien pudo haber sido fanático de cualquier otro equipo.

El cambio en nuestra sociedad tomará todavía un tiempo, pero es inevitable. Las preferencias sexuales dejarán de ser motivo de discriminación y personas del mismo sexo podrán casarse, adoptar niños y darles una experiencia distinta a la orfandad.

Porque ellos estarán a tiempo de tener otra infancia. Y nosotros podremos seguir siendo hinchas del equipo que escogimos —o que nos escogió— cuando éramos niños. Que sea, como dice Villoro, la última intransigencia legitima que nos permitamos.