Patricia del Río

Hartas de que las quemen vivas, cansadas de morir en medio de horrendas heridas causadas por el fuego, un grupo de argentinas decide crear un espacio en el que de todas las edades y condición social se entregan a hogueras de manera voluntaria para quedar desfiguradas por mano propia. El objetivo es convencer a todas para que pasen por ese trance y de esa manera cambiar los cánones estéticos de la sociedad; es decir, buscan que un rostro corroído por el fuego sea tan normal que ya no tenga ningún sentido prenderlas como una forma de agresión o venganza.

La historia no es real, es la trama del cuento “Las cosas que perdimos en el fuego” de la escritora argentina Mariana Enríquez, pero está inspirado en los múltiples casos de mujeres quemadas por sus parejas que se registran en los países de la región. Enríquez construye una historia distópica partiendo de un principio ineludible: o las mujeres tomamos las riendas del problema o nadie lo va a hacer por nosotras.

A de tan solo 19 años le rociaron gasolina y le prendieron fuego la noche del pasado sábado 18 de marzo, en plena plaza Dos de Mayo. Algunos medios dieron cuenta del espantoso hecho, pero el ataque no ocupó ningún lugar preferencial en las noticias del domingo, ni del lunes. Las imágenes de Katherine ardiendo, mientras los transeúntes trataban de sofocar el fuego, no se hicieron virales. La fiscalía se comprometió a iniciar inmediatamente las investigaciones correspondientes, pero tal y como informó para este Diario la periodista Gladys Pereyra, una de las pocas que ha seguido el caso de cerca toda la semana, el miércoles 22 aún no había orden de captura para el atacante Sergio Tarache Parra.

No importó que Sergio Tarache hubiera actuado, de manera flagrante, tampoco que, tras una discusión, que varios presenciaron, hubiera sacado una galonera de una combi y hubiera caminado unos metros, hasta el grifo ubicado en la esquina de Colonial con Huarochirí, para buscar el combustible. Tampoco que, desde el inicio, se supiera quién había sido. Nada de eso importó, Tarache dejó a Katherine con más de la mitad del cuerpo incinerado, y se dio el lujo de correr varios minutos sin que los serenos o la policía lo detuvieran. Más tarde se fue a bailar a una discoteca en la que lo vieron varios testigos y, a pesar de que la policía fue alertada, no hubo nadie para detenerlo.

Katherine se tuvo que morir para que le prestaran atención. Hoy Tarache está en la lista de los más buscados y se ofrece una recompensa por su captura, ya tiene orden de detención, ya hay un equipo especial tratando de ubicarlo. Pero durante cuatro días, mientras Katherine agonizaba en una cama del Hospital Arzobispo Loayza, a nadie le importó. La ministra de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, Nancy Tolentino, estaba tan en la luna del caso, que declaró en TV Perú el 22 de marzo que a Tarache ya lo habían capturado. Días después, cuando Katherine ya había muerto, se aventuró a decir: “Quisiéramos que las jóvenes elijan bien con quiénes están, ellas deben estar conscientes que merecen estar libres de violencia”, sugiriendo que la responsabilidad recae sobre las víctimas por elegir a la pareja equivocada.

El mayor problema de Katherine no fue estar con un novio violento, su desgracia fue vivir en una sociedad absolutamente indolente a la que no la conmueven los rostros quemados o golpeados de las mujeres. Como dice Mariana Enríquez, quién sabe si la única salida sea lanzarnos a enormes fogatas para quitarles a quienes quieren quemarnos vivas ese perverso poder que ejercen sobre nosotras. Yo sé, es horrendo y aterrador, pero después de seguir este caso de cerca, pareciera que no nos quedan muchas opciones que nos ayuden a evitar seguir perdiendo tanto en el fuego.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.


Patricia del Río es periodista