Hoy en día, el conflicto político abunda en el mundo y el Perú no es la excepción. Sin embargo, creo que los peruanos necesitamos un recordatorio ocasional sobre las dinámicas que subyacen a nuestras disputas políticas.
Si uno tiene una postura política, lo más probable es que haya un grupo de gente (con una postura diametralmente opuesta) a quienes uno considere “oponentes” o “adversarios” políticos.
La trampa de “ellos vs. nosotros” (en la que todos caemos) nos lleva a pensar que nuestro lado es el más sensato y racional. Que nosotros votamos de la manera correcta y que tenemos el mejor interés del país en mente. Por otro lado, ellos (los adversarios políticos) son fundamentalmente estúpidos, votan mal y son poco racionales.
No hay mejor manera de ejemplificar esto que las elecciones. Un grupo importante, por ejemplo, pensará todavía que quienes votaron por Keiko Fujimori en el 2021 son tontos o incluso malvados. Lo mismo pensarán muchos sobre quienes votaron por Pedro Castillo. Menciono este ejemplo porque creo que es algo que aún no hemos superado (y quizás nunca lo hagamos), pero, además, porque las elecciones del 2021 nos forzaron a todos a tomar una posición y, por lo tanto, a identificarnos como parte de la situación que describo.
Reconociendo que todos caemos, en algún punto, en la narrativa binaria de “ellos vs. nosotros”, tiene sentido que reconozcamos también que las discusiones y desacuerdos que tenemos sobre política tienen detrás un fuerte componente moral. Según las investigaciones de Kurt Gray, psicólogo y neurocientífico especializado en el estudio de las percepciones sobre oponentes políticos, es común que asociemos el sentido del voto con características personales. Así, alguien puede asociar el sentido de mi voto directamente con alguna característica personal, como la maldad o la idiotez (sin siquiera conocerme).
Con todo esto quiero resaltar la importancia de aprender a dialogar (desde otros puntos de partida) con aquellos que tienen opiniones diferentes. La complejidad de la historia peruana requiere que aprendamos a alejarnos de los extremos para saber navegar en matices de gris. Si queremos criar generaciones resilientes y juiciosas, debemos fomentar la capacidad de dialogar de manera respetuosa con quienes consideramos adversarios. Una vez que reconozcamos esta necesidad, quizá podamos comenzar a tener conversaciones más productivas, que no nazcan de una suposición automática sobre el otro por nuestra valoración moral de su postura política.