Alonso Cueto

La frase más usada por el es “el ”. El saliente presidente del Consejo de Ministros no dudó en escribirla en su carta de despedida, un santo y seña de su complicidad con el mandatario. Frente a eso, la oposición ha esgrimido la misma idea con otra frase que parece más concreta. “La calle”, para este sector, es la única que puede expulsar al Gobierno, ya que los mecanismos judiciales y legislativos han fracasado hasta hoy.

Pueblo” y “calle” son abstracciones, palabras hechas de una suma de ideas, que cada uno entiende a su manera. La palabra “pueblo” y sus derivados, como “popular”, de origen latino, ha recorrido un largo camino. Hoy alude a las mayorías de una nación. Son del “pueblo”, por supuesto, las personas de pocos recursos. Sin embargo, esta definición sigue incluyendo a un grupo heterogéneo, compuesto por gentes de distintas etnias, lenguas, ubicación geográfica y aspiraciones. Englobarlos a todos en un solo término parece vaciarlo de sentido. En las constituciones de muchos países americanos, incluyendo la de Estados Unidos, se invoca al pueblo como la autoridad máxima. Nada de eso ha impedido los desastres de muchos gobiernos que esas constituciones amparaban.

“Calle” se supone alude a la gente capaz de protestar en público. La Revolución Francesa fue la primera manifestación de la calle. Acaba de cumplirse un nuevo aniversario del día en el que Luis XVI decidió despedir a su ministro Necker para reconstruir el Ministerio de Finanzas. La “calle” interpretó la medida como una afirmación de la nobleza. El 14 de julio de 1789 se lanzó a la toma de la Bastilla. Cuatro horas después, tomó la prisión. La cabeza del alcalde en la picota iba a coronar un día de rebelión que daría lugar a un período de Terror.

Hoy, un levantamiento de la “calle” es la aspiración de un gran sector que supone que es el único modo de liquidar un gobierno de corruptos e ineptos. Hay ejemplos recientes. Uno de ellos es la Marcha de los Cuatro Suyos, realizada a fines de julio del año 2000. Otro es el levantamiento del 14 de noviembre del 2020, que llevó a la salida de un gobierno recién nombrado, pero también a la muerte de dos jóvenes valerosos, Brian Pintado e Inti Sotelo. Sin embargo, estas marchas ocurrieron en condiciones distintas a las actuales. En el caso de la Marcha de los Cuatro Suyos, Alejandro Toledo lideró la revuelta cuando estaba claro que había habido un fraude electoral en la victoria de Alberto Fujimori. Los revoltosos no solo protestaban contra algo, sino que también postulaban a alguien. En el caso de la marcha contra Merino, acababa de ocurrir la destitución de Vizcarra que tenía una altísima aceptación, según las encuestas. No era exactamente una marcha en su favor, pero sí en contra de quienes lo habían destituido.

La gran diferencia con lo que ocurre hoy es que en esas marchas había un líder presente o supuesto. Los manifestantes tenían contra quién protestar, pero también a quién defender. Ese liderazgo es el que hace falta hoy en día. La última marcha de hace año y medio, con dos muertes lamentables, desembocó en una situación como la que hemos visto hoy. El escepticismo de quienes podrían protestar, por lo tanto, está justificado. ¿Marchar por las calles, arriesgar la vida, para que todo siga igual? ¿Cabe aún la esperanza de que valga la pena la protesta? Pues sí, creo que vale la pena. Solo falta que, con todas sus ambigüedades, el pueblo y la calle se unan, sin violencia ni víctimas. Y que aparezca un líder.

Alonso Cueto es escritor