Sean cuales sean nuestros orígenes, los seres humanos poseemos un punto ciego natural, incluso entre quienes se jactan de contar con una visión perfecta y no requerir anteojos. La “mancha de Mariotte” –como se le denomina por el físico francés que la descubrió– no constituye, sin embargo, impedimento alguno.
Esto, porque nuestra visión binocular compensa la existencia de aquella diminuta zona en cada retina y evita que perdamos la perspectiva hacia un objeto, cosa o panorama que tengamos al frente, siempre y cuando no se tenga alguna discapacidad importante.
Pero, en el caso del Perú actual, sucede exactamente lo contrario. La mancha que recubre los ojos de la mayoría de nuestros congresistas, al parecer, no resulta pequeña, ya que obran ajenos a como se debería actuar: hacer política en el sentido más amplio, ajena a la obtención de réditos personales y buscando el bien común.
Somos testigos a diario de la manera cómo vienen destruyendo a combazos leyes, instituciones, derechos y, en general, al sistema democrático. El desaguisado más reciente ha sido la aprobación por insistencia de una ley en contra de la reforma universitaria que, en la práctica, retomaba con nuevos bríos la parasitaria Asamblea Nacional de Rectores y hacía tabla rasa de la Sunedu.
Como ha ocurrido con anterioridad, parlamentarios con evidentes conflictos de intereses votaron a favor de una norma que los favorecía. A última hora del martes, la jueza Milagros Grajeda les tuvo que enmendar la plana y declaró nula la forma en que aprobaron dicha tropelía, teniendo como base una decisión previa del Tribunal Constitucional sobre la materia.
Sin duda, un durísimo golpe a un Congreso que se ha caracterizado por una labor tan visualmente acompasada para tornar el futuro inviable al tiempo que camina, a pasados agigantados, rumbo a hacerse acreedor del nada honroso título de ser uno de los peores de las últimas décadas. No es para menos.
Independientemente de las banderas partidarias que dicen defender, gran parte de los congresistas ha demostrado prolijidad en el ejercicio del cinismo, la demagogia y la hipocresía, tanto en el verbo como en la acción.
La población lo sabe, lo ve y lo siente. Las encuestas no dejan margen para las dudas: el Congreso goza de peor evaluación que el presidente Pedro Castillo, algo realmente sorprendente dada su paupérrima gestión al frente del Gobierno en este año que cumple. La desaprobación actual es del 79%, incluso mayor al 74% de rechazo que provoca Castillo.
Es que, parapetados en una presunta verborrea opositora que sabe aprovechar las evidentes falencias del mandatario, ellos se han enfrascado en ejercer el cargo en el sentido contrario hacia donde debería estar el foco: el país. Priman peroratas, conspiraciones, negociaciones, excusas, escándalos, derivados, por supuesto, de haber elegido por lo menos a 44 de los 130 congresistas de diversas bancadas que se encuentran con temas judiciales y fiscales pendientes.
Así las cosas, sus acciones no solo extienden y perpetúan la crisis en que nos encontramos, sino que vienen condenando a los peruanos a ser gobernados por Castillo.
Mención aparte merece María del Carmen Alva, cuya labor al frente del Poder Legislativo ha estado plagada de críticas y cuestionamientos por gestos altisonantes, desplantes, y comentarios racistas y clasistas.
Imposible olvidar su decisión de dejar parado en la puerta del Congreso al saliente presidente Francisco Sagasti y no recibirle la banda presidencial el 28 de julio del 2021.
Tampoco el momento perennizado por las cámaras de rechazar el saludo de Castillo ni el “me cambia el tono” cuando le dio un resondrón a la alcaldesa de Ocoña.
O el reciente discurso en Piura en el que afirmó que los parlamentarios “trabajamos para todos, blancos e indios”. Lo increíble sucedería después, cuando ella, a pesar de las críticas desatadas, no reconociera que se equivocó al emplear el término “indios” por las evidentes connotaciones despectivas que posee.
Fuera de ello, durante el año legislativo en que estuvo al frente, se caracterizó por la aprobación de un 27% de leyes declarativas de cumplimiento no obligatorio; dos intentos fallidos de vacancia presidencial; la interpelación a 25 funcionarios y cuatro ministros censurados.
Ahora, tras la salida de Alva, se abre la posibilidad para que el Congreso tome una nueva senda. Sin embargo, no se avizora propósito de enmienda a la luz de las puñaladas entre unos y otros que ya se registran en el afán por ver quién ocupará su puesto, bajo la nada disimulada perspectiva de que el actual jefe del Estado no concluya su mandato y el presidente del Congreso sea el próximo presidente de la República.
En el escenario optimista, una nueva Mesa Directiva podría recaer en las manos de congresistas probos que enderecen rumbos y mejoren el actual estado de cosas.
No obstante, a luz de las actuaciones hasta ahora, es de temer que el orden de los factores no alterará el producto debido a que las malas artes se han instaurado en la Plaza Bolívar y todo indica que el poder que creen ostentar los ha obnubilado.
Y cuando la ceguera política se adueña de las personas, lamentablemente, no hay vuelta atrás. Solo se resolverá cuando los resultados de las próximas elecciones los obliguen a abrir los ojos y ver la manera en la que se equivocaron.
Allí sobrevendrán los golpes de pecho, las lamentaciones, pero antes el país habrá tenido que padecer por su ensombrecimiento ocular.