Estas palabras de Mario Vargas Llosa: “La más mediocre democracia es preferible a la más perfecta dictadura” (El Comercio 2/1/2022), me recuerdan a las de mi profesor Rafael Vásquez de Velasco, cuando señalaba que “la peor democracia es mejor que la mejor dictadura”. Esto porque, a pesar de los errores que se pueden cometer, este tipo de régimen mantiene las libertades públicas y no solo la libertad individual.
Este comentario es oportuno porque, cuando estudiamos las autocracias en sus formas de Gobierno autoritaria y totalitaria, también debemos estudiar la conducta autoritaria con la que está íntimamente relacionada.
Esta conducta en el poder tiene unas características particulares que la definen como tal. El famoso sociólogo alemán Max Weber, cuando describe a un líder carismático, aquel cuya personalidad se pone por encima de las instituciones y de las leyes, dice que se trata de un individuo mesiánico convencido de que debe cumplir una misión, rechaza toda conducta económica racional y es inestable, en su propia naturaleza, porque pasa muy fácilmente de la euforia a la depresión. El líder autoritario carismático necesita de la necesaria aceptación de sus seguidores porque su poder no se respalda en las instituciones, sino en la fe o en cierto tipo de creencia que es aceptada por la mayoría de la población. Su actitud es revolucionaria, no en el sentido de que necesariamente persigue la transformación de su país, incluso del mundo, sino porque rechaza toda la historia anterior. Es como si la vida de una nación comenzara con su gobierno, desconociendo todo el pasado. Para este tipo de personalidad, todo lo anterior es negativo. La verdadera historia se iniciará con él en el poder y, así, quedará cumplida su gran misión.
En esa línea, Weber explica que el carácter carismático autoritario corresponde a las sociedades primitivas, aquellas de tipo tribal en las que el poder del líder es ilimitado, puesto que no tiene frenos racionales de naturaleza jurídica. Esta descripción nos viene desde la sociología y la ciencia política, pero ¿qué nos dice el psicoanálisis al respecto? Por ejemplo, Erich Fromm sostuvo que aceptamos a los dictadores porque tememos nuestra libertad, por miedo a la libertad como tal. Pero no solo a la nuestra, sino a la del prójimo. Entonces, se produce una especie de canje: trocamos nuestra libertad a cambio de que nos den seguridad. Así, “vendemos nuestra alma al diablo”. Porque, si dejas que un tirano decida tu destino, te conviertes en un medio o en un instrumento a su servicio, dejas de ser un fin en ti mismo, has perdido tu libertad plena y absoluta, que es fundamental para la democracia porque ella radica en la libre voluntad del ciudadano de darse un gobierno y no que le impongan uno a la fuerza.
Asimismo, el psicoanalista austríaco Wilhelm Reich encuentra una serie de rasgos en la personalidad autoritaria. Según su obra, existe una íntima relación entre la conducta autoritaria y el fascismo, a la que podemos agregar también el estalinismo y otras malas especies políticas semejantes, sean de izquierda o de derecha, que se caracterizan por sus diversos niveles de odio y destrucción del prójimo. Esta conducta es el producto de muchas frustraciones, consecuencia de múltiples formas de impotencia. Precisamente por ser impotentes, porque no pueden dominar la libertad de todos, los dictadores tienen una gran capacidad de destrucción, porque no pueden reconocer ni las virtudes, ni los derechos del otro. Los tiranos recurren a la fuerza, tienden al control completo de las cosas y de los seres vivos, humanos y animales. Tienen un fuerte impulso al sadismo. No aman, sino poseen. Convierten a las personas en cosas porque esa es la finalidad del sádico. El prójimo es concebido como un objeto que puede ser utilizado y, finalmente, destruido. Cuando tiene poder, tiende a violentar y eliminar al adversario. Todo esto y mucho más dice Reich, y da en el clavo.
Como puede verse, la personalidad destructiva del tirano, tanto activa (sadismo) como pasiva (masoquismo), es algolácnica. Palabra que viene de la unión de dos términos griegos: ‘algós’, que significa dolor, y ‘lagneia’, que significa lascivia. Muchos dictadores feroces fueron y son tanáticos y no eróticos, porque aman la muerte y odian la vida. Es cierto que, a lo largo de la historia, encontramos dictadores más feroces y crueles que otros, pero, al final, todos tienden a destruir nuestra libertad. Por eso, una democracia, aunque mediocre o, incluso, mala, es mejor que cualquier dictadura. Es por esta razón que los peruanos debemos rechazar discursos y propuestas autoritarias sin importar de qué color ideológico estén vestidos.
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