A pesar del fracaso absoluto de la estrategia del Gobierno para enfrentar la pandemia, ya algunos de sus voceros esbozan la posibilidad de prolongar la cuarentena que ha puesto al Perú como el país con la mayor recesión en el mundo (12% de caída del PBI, según los cálculos optimistas del Banco Mundial) y con un altísimo porcentaje de fallecidos e infectados por millón de habitantes, a pesar del evidente subregistro de las cifras oficiales, factor en el que también el Perú encabeza las estadísticas en el mundo entero.
Otro récord que ha batido el Gobierno del presidente Martín Vizcarra es el de imponer una de las cuarentenas más largas del mundo, que se mantiene a pesar de su evidente ineficacia. Como ha dicho el médico Elmer Huerta, que no es un opositor al Gobierno, “parece que las medidas han sido hechas para otra sociedad. [...] Hemos hecho la cuarentena como para un país desarrollado” (“La República”, 11/6/20). En realidad, exagera un poco. Ningún país desarrollado ha tenido una cuarentena tan larga y tan estricta. Y –es necesario precisarlo– solo para el sector formal, ese 30% que es el que paga la inmensa mayoría de los impuestos que sostienen al Estado y que es el que permite el crecimiento y el empleo de cierta calidad. Porque los informales, como era obvio que sucedería, no pueden soportar un encierro tan largo y lo rompieron muy pronto.
A estas alturas, el virus ya se ha propagado por todo el Perú y no hay manera de detenerlo. Por eso la cuarentena es inútil y solo aumenta la destrucción de la arruinada economía, que tendrá efectos devastadores sobre millones de personas. Pero el Gobierno y sus miembros más autoritarios y estatistas están felices imponiendo medidas absurdas y contradictorias sobre una sociedad maltrecha, asustada y sin rumbo.
Las ilusorias perspectivas que el presidente ha estado transmitiendo en sus monólogos del mediodía solo servían para justificar la cuarentena. Anunciaba que el número de infectados y fallecidos ya estaba por disminuir, por lo que había que mantener el encierro obligatorio un tiempo más. El martillo y la danza, la meseta y otras necedades que se demostraron falsas –hace un par de días el número de muertos alcanzó un nuevo pico– eran celebradas con entusiasmo por sus bien gratificados partidarios, que ahora ya no las recuerdan.
La única alternativa razonable, levantar la cuarentena manteniendo medidas básicas de cuidado, parece estar fuera de la perspectiva del inepto Gobierno que por desgracia nos ha tocado soportar en medio de una crisis mundial. Uso de mascarillas, distanciamiento social, teletrabajo en oficinas públicas y privadas, alternancia de días y horas para los que no pueden hacer teletrabajo, reparto de alimentos a los más pobres usando a la Iglesia Católica, las FF.AA. y las empresas privadas –y no a los corruptos e ineficientes municipios–, son algunas de las cosas que se han podido y se pueden hacer, pero que el Gobierno obstinadamente se niega a poner en práctica.
A estas alturas, no cabe duda de que ni la cuarentena ni las medidas sanitarias del Gobierno van a detener la expansión del virus que, sin embargo, es posible que se vaya extinguiendo. En efecto, expertos italianos han descubierto que el coronavirus parece estar envejeciendo y su letalidad, disminuyendo.
Massimo Clementi, uno de los principales científicos italianos en la lucha contra la pandemia, detectó que los nuevos pacientes de COVID-19 tienen una carga viral mucho menor que aquellos que se contagiaban hace tres meses. “Ya no llegan pacientes que necesitan inmediatamente entrar en la UCI y respiración asistida”, comentó. Según Clementi, este fenómeno no ocurre solo en su país, sino en prácticamente todo el mundo. “Ha cambiado su virulencia, es como si hubiese ‘envejecido’”, expresó el experto italiano. Sostiene que la evolución de la actual pandemia está “destinada a apagarse” (“La República”, 8/6/20).
Eso también ocurrió con la mal llamada gripe española, muchísimo más letal que la actual, que apareció en 1918 y mató entre 50 y 100 millones de personas. En esa época, no hubo ni vacunas ni remedios, la gripe desapareció tal y como llegó, sin que se supiera mucho al respecto.
Esperemos que tenga razón el científico italiano –y otros que con diversos argumentos apuntan a lo mismo–, porque es obvio que no se puede confiar que un gobierno tan incompetente frene la expansión del virus.