"La “curva del diablo” que el presidente Martín Vizcarra tiene en buena parte de sus cuadros ejecutivos ministeriales lo deja prácticamente solitario en su liderazgo político". (Foto: Presidencia)
"La “curva del diablo” que el presidente Martín Vizcarra tiene en buena parte de sus cuadros ejecutivos ministeriales lo deja prácticamente solitario en su liderazgo político". (Foto: Presidencia)
Juan Paredes Castro

Los líderes grandes y pequeños del mundo andan cada vez más engañados y frustrados en su guerra desigual contra el COVID-19.

El problema es que además de la curva del COVID-19, que mide su avance y peligrosidad fulminantes, hay otra, la “curva del diablo”, que desnuda las incapacidades de los gobiernos y estados frente a la pandemia y su grave secuela social y económica.

En el colmo de la arrogancia, pocos de ellos consideran necesario reconocer ambas curvas y asumirlas.

Mientras el mundo sigue atento al imparable desborde del COVID-19, gobiernos y estados aún no logran salir del shock de sus carencias e ineptitudes sanitarias, económicas y sociales.

¿Podríamos creer que la escasez de mascarillas se ha vuelto un problema mundial, ya sea por imprevisión, impericia o corrupción?

La crisis sanitaria mundial ha sorprendido a gobiernos y estados carentes de toda respuesta oportuna y eficaz y metidos, cada cual, en su “curva del diablo”, de la que no parecen poder salir sino hacia el siguiente abismo.

Conocido el coronavirus, unos lo ocultaron sin medir las consecuencias de esa irresponsabilidad; otros lo subestimaron, arrastrando a sus países a oleadas gigantescas de contagio y muerte; unos, conociendo sus alcances de mortalidad, no previeron nada; otros, viendo las tragedias por las que pasan Italia, España y Estados Unidos, sencillamente desprecian sus lecciones sanitarias, económicas y sociales más relevantes.

Algunos gobiernos y estados, pudiendo haberse equipado mejor y oportunamente para el punto más grave de la tragedia, lo hicieron muy tarde o dejaron de hacerlo.

La “curva del diablo” de incapacidades institucionales agrava así la curva de contagio y mortalidad de la pandemia.

Lo que conocemos en los gráficos como la curva del COVID-19 es sin duda la curva que gobiernos y estados pretenden aplanar, desviar o alejar mediante pruebas de detección oportunas, decretos de aislamiento social controlado y hospitalizaciones generalmente precarias. Solo que las evidencias de los estragos de la pandemia nos devuelven día a día a la “curva del diablo”, que gobiernos y estados del mundo no pueden evitar mostrar: más de dos millones y medio de infectados y más de 180 mil muertos.

Concluimos entonces que la curva del COVID-19 no es la única que tiene paralizado al mundo, sino la “curva del diablo”, que encierra la incapacidad preventiva, detectora, estratégica, gerencial y logística sanitaria de gobiernos y estados frente a un coronavirus imbatible. No es broma que haya sido ocultado en sus orígenes por China, tomado como gripe pasajera por Estados Unidos, subestimado en sus proporciones de mortalidad por una Europa supuestamente curtida en desastres y visto con pánico tardío, así es, tardío, en América Latina, donde las cuarentenas drásticas de aislamiento buscan apenas contrapesar su “curva del diablo”, es decir, su desastre sanitario.

Gobiernos y estados tienen la obligación de entender que la “curva del diablo” está en ellos mismos. Y si deben enfrentar de verdad la curva del COVID-19, tendrán que hacerlo intentando vencer al mismo tiempo la “curva del diablo”, con un fuertísimo liderazgo político-económico y con otro igualmente fuertísimo liderazgo sanitario-social.

La “curva del diablo” que el presidente Martín Vizcarra tiene en buena parte de sus cuadros ejecutivos ministeriales lo deja prácticamente solitario en su liderazgo político. Tan solitario como luciría hoy un jefe de sala de hospital de emergencia sin camas para luchar contra el COVID-19 debidamente equipadas. Así de triste.

Solo un cambio severo de cuadros ejecutivos ministeriales podría darle a Vizcarra el impulso que requiere en su penúltima maniobra de la “curva del diablo” gubernamental.

Por lo pronto, la verdad y la transparencia deben prevalecer en las comunicaciones oficiales de los gobiernos y el Estado de derecho primar sobre cualquier empleo de la fuerza no ajustado a él a la hora de establecer autoridad.

No enfrentar valientemente la “curva del diablo” de los errores propios equivale a aceptar el avance fatal de la curva del COVID-19.

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