‘Economía del comportamiento’ es, como se dice en inglés, un ‘misnomer’, una denominación equívoca, pues, ¿qué otra cosa ha tratado de explicar la economía durante cientos de años si no el comportamiento humano? Hay, sin embargo, una corriente de pensamiento que se hace llamar, precisamente, economía del comportamiento (‘behavioural economics’) y que ha ganado muchos adeptos en los últimos 20 o 30 años. Según esta corriente, no somos los humanos tan racionales como la economía (a secas) supone, y hay otras influencias tan o más importantes en nuestras decisiones que el cálculo de costos y beneficios.
NBC, la cadena televisiva norteamericana, está por lanzar “The Irrational”, una serie sobre el profesor Dan Ariely, una de las figuras prominentes de esta corriente, que ha dedicado su carrera a estudiar los sesgos que las limitaciones cognitivas y otros factores psicológicos introducen en las decisiones. Sus estudios se basan en experimentos que revelarían desviaciones sistemáticas del cálculo racional.
Los resultados de esos experimentos son discutibles porque no es lo mismo someter a un estudiante universitario, el típico sujeto de estudio, a una decisión trivial en la que puede ganar o perder un dólar que enfrentar a ese mismo estudiante u otra persona a decisiones reales que afectan su bienestar material. El propio Richard Thaler, que recibió el Premio Nobel por sus contribuciones a la economía del comportamiento, lo ha criticado duramente: “Sé desde hace años que Dan Ariely fabrica sus resultados, pero resulta que no hay problema porque su libro era una novela”. Así es, en efecto, como NBC lo presenta.
Más allá del valor y la veracidad de los experimentos, el cuestionamiento al postulado de racionalidad se torna en escepticismo sobre la economía de libre mercado. La defensa de este sistema se basa en que la oferta y la demanda de los distintos bienes y servicios responden a las preferencias de la gente y la tecnología disponible. Para Ariely, eso es una falacia porque las preferencias son fácilmente manipulables.
Si los precios que la gente está dispuesta a pagar no reflejan el valor que verdaderamente les da a las cosas, no es seguro –continúa– que el intercambio voluntario y el libre comercio mejoren su bienestar. Una vez aceptada esa premisa, “se encontrará usted quizás entre quienes creen que el Gobierno debe tener un rol más importante en la regulación de algunas actividades económicas, aun si eso limita la libertad de empresa”. La economía del comportamiento se convierte así en la brigada de rescate del intervencionismo económico.
¿Aporta realmente alguna intuición novedosa la economía del comportamiento? Quién puede negar que somos proclives a tomar decisiones sesgadas; pero, por cada sesgo que nos jala a algunos en una dirección, hay otro que jala al resto en la otra dirección. Hay gente que ahorra muy poco para su vejez y hay gente, también, que ahorra demasiado. Parte de la contribución de la ciencia económica al bienestar de la humanidad ha sido desentrañar la lógica económica que debería regir las decisiones de empresarios y consumidores. Por lo demás, cada uno es libre de vivir con sus propios sesgos, siempre que no haga daño a los demás.