Dos fantasmas recorren el mundo, el coronavirus y la recesión del coronavirus. El primero arrasará con elevados porcentajes de adultos mayores, inmunodeprimidos y diabéticos. El segundo arrasará con los ingresos y empleos de los sectores más vulnerables, vinculados con servicios intensivos en mano de obra y con las empresas más expuestas al choque de oferta y demanda en proceso.
La lucha contra el virus se viene dando en esos dos frentes. El de la salud pública y el de las respuestas de política económica.
Según los expertos, tarde o temprano se contagiarían entre el 40% y el 70% de la población mundial. El problema es la velocidad de contagio que pone a prueba la capacidad hospitalaria de cada país. La opción de no actuar a tiempo hubiese llevado, con supuestos realistas, a cerca de 400.000 fallecidos en el país. Con el consiguiente golpe a las familias, a la moral nacional, la cohesión social y a indeterminados efectos políticos en las elecciones de 2021. La estrategia tomada puede llevar el número a la mitad, pero en cuotas mensuales. Salvo que nos apuremos con las detecciones y el aislamiento selectivo.
De acuerdo con la economía del comportamiento, para el recuerdo del dolor humano pesa más la intensidad del dolor que la duración del mismo. Tal vez intuyendo ello muchos gobiernos han optado por evitar el dolor intenso de muertes, en lugar del dolor económico que dura más pero es menos recordado en las mentes, en términos relativos.
La política de supresión del contagio es la adecuada, pero a su vez es la más costosa en términos macroeconómicos. En la medida que no se tienen a la mano los suficientes kits para el diagnóstico, cuyos datos son cruciales para la batalla contra la epidemia y para una especie de carné sanitario que permita volver al trabajo, aislando a una cuarentena a los contagiados, no se pueden descartar nuevas cuarentenas generales o zonales/sectoriales.
Si las autoridades no diseñan adecuadamente, a tiempo y en la magnitud necesaria, un paquete amplio de respuestas de política económica, la recesión que se asoma puede terminar con los mismos efectos que se querían evitar, aunque algo atenuados. Por ello, deben comenzar a interactuar la política de salud con la política económica.
El hecho de que no exista una vacuna contra este virus hace que por ahora (¿12 meses?) la única receta sea el aislamiento social obligatorio y luego el voluntario. Tal vez durante el año observemos en todos lo países procesos de activación/desactivación de cuarentenas generales o parciales. Ello llevará a una recesión mundial sincronizada. Lo que ya se conoce como la gran recesión del coronavirus. China con su primera recesión en 40 años y todo el G7 en recesión más la India pueden llevar a que la llamada gran recesión de 2008 se vea pequeña. Este será un test a cada sociedad y sus respectivos gobiernos e instituciones.
El 2021 será un mejor año. Es decir, este choque es transitorio. Por ello, el principio general es el de financiar este violento y profundo choque de oferta y demanda. Este financiamiento solo lo puede hacer el Tesoro Público, con cargo a recuperar parte del mismo en el futuro cercano.
El otro principio general será cubrir todo lo que en un mundo ideal hubiese sido cubierto por un seguro catastrófico contra pandemias. El Estado, en este caso, actuaría como lo que se conoce como “un segundo mejor”. Un tercer principio general es la neutralidad. El Estado no debe escoger ganadores ni perdedores. El virus y sus efectos económicos afectarán de manera diferenciada a los diversos sectores y subsectores. Ello es parte del riesgo intrínseco de cada actividad privada. Las políticas de facilitar liquidez deben ser neutrales. Salvo algo excepcional.
Aparecen varios frentes a la vez. Primero, identificar a los contagiados y los sanos. Segundo, alimentar a los hogares pobres y vulnerables. Tercero, defender los empleos formales de bajos ingresos y preparar planes de financiamiento de capital de trabajo de gran escala para empresas medianas y pequeñas. Cuarto, acelerar el funcionamiento del dinero electrónico. Ello, además de dar un salto a la modernidad y la formalidad, permite un mejor control del contagio al momento del reparto en agencias bancarias.
Como quiera que los recursos fiscales no son infinitos, se puede ir pensando en activar las líneas de crédito de las multilaterales e incluso un plan de emisión de bonos del Tesoro. Esto es una guerra contra el coronavirus y los efectos económicos de la misma. No debemos vacilar si el déficit fiscal llega por un año a los niveles históricos de un mal año de los 80.
Parafraseando a John Cochrane, apagar la economía no es como apagar un foco de luz; es como apagar un reactor nuclear, hay que hacerlo lentamente o se puede derretir. El corte de la cadena de pagos se puede contrarrestar. Así como en el caso del sistema sanguíneo, es momento de hacer los ‘by pass’.
Defender la vida de decenas de miles de compatriotas y la cohesión social del país va a salir costoso para los sectores privado y público, pero no había alternativa. Ahora hay que minimizar las bajas y los costos económicos de las medidas de supresión y contención.
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