La pandemia está acelerando y haciendo más visible una transformación de la economía. Hasta fines del siglo XX, su papel coincidía con las primeras necesidades de la sobrevivencia biológica –comida, ropa, casa, muebles, herramientas–. Hoy, la economía se ocupa cada día más de necesidades que nacen en las emociones, en los gustos y en el espíritu. Cuando se trata de los asuntos de vida y muerte, el alto lugar que siempre ha tenido la economía hoy se ve desplazado por otras prioridades de la vida colectiva, sobre todo la política, la moral, e incluso, ahora, la salud.
PARA SUSCRIPTORES: Elecciones 2021: las cuentas pendientes de los candidatos al Congreso
Un indicador de esos cambios es el crecimiento explosivo de la producción de basura, tanto el material utilizado para envolver y guardar los productos comprados como el acelerado descarte de los productos mismos. Al mismo tiempo, crece la necesidad de espacio en el hogar para guardar ropa, juguetes y artefactos y las otras pertenencias que hoy se multiplican. Ante el abaratamiento de los costos de producción, los consumidores hoy se dan el gusto de la novedad, y se reduce la vida útil de ropa, celulares, televisores, automóviles y juguetes. Más y más de la producción se destina, no a las necesidades de sobrevivencia, sino al gusto de lo nuevo y de la ostentación. Y la proporción de alimentos producidos que se pierde, sea en camino desde la chacra, sea en la preparación de platos, incluso lo no consumido en el plato mismo, crece al punto que la FAO calcula que en el 2018 un tercio de la producción mundial de alimentos fue perdido. Ciertamente, aún se padece pobreza extrema y hambre en el mundo, pero el faltante de ingreso familiar, y/o de alimentos, se podría eliminar redistribuyendo apenas uno o dos porcientos de lo que ya se produce, solución que no es de la economía, sino de la política.
La pandemia ha hecho visible también la alta y creciente participación de los servicios, especialmente los de pequeña escala o informal, cuya actividad se considera un agravante de la pandemia. Si bien puede ser cierta esa acusación, lo que no se ha percibido es que servicios y modernidad van de la mano, y que los servicios dominan la estructura productiva de los países más desarrollados, llegando, por ejemplo, a constituir 70 por ciento de la producción total de Canadá y absorbiendo 93 por ciento del empleo, proporciones que se repiten en los Estados Unidos, Corea del Sur, y la mayoría de los países de Europa. Podría decirse que la esencia de la modernidad actual no son las fábricas sino las diversas actividades de servicios.
Y es precisamente en ese surgimiento de los servicios donde encontramos la clave de la economía moderna. Es que detrás de su expansión se encuentran dos cambios producidos en las últimas dos o tres décadas: un creciente gasto en los aspectos más “humanos” de los productos de consumo, como son el diseño, la novedad, la adecuación exacta al cliente, el valor que se le pone al momento y lugar exacto de la prestación, el goce y la confianza que vienen con una relación personal con el proveedor, trátese del mozo de un restaurante, o del médico o abogado conocido, y el goce creativo que se comparte con el arquitecto o profesor de piano. El abaratamiento que trajeron la industrialización y la agricultura moderna ha permitido un gran aumento en el consumo en casi todos los países, pero son precisamente los beneficios del abaratamiento de las necesidades básicas que hoy dan espacio para gozar de los aspectos más cualitativos y personales de una economía más humana.
VIDEO RELACIONADO:
TE PUEDE INTERESAR...
- Toledo y su posible extradición en 2021: La evolución del caso y por qué demora tanto el proceso en EE.UU.
- Hugo Perea: “La contracción de la economía va a ser de las peores de las últimas décadas”
- ATSA: “Hay un alza [de contagios] en el norte, pero creo que no impactará en los balnearios de Punta Sal o Máncora”
Contenido sugerido
Contenido GEC