Maite  Vizcarra

La generación Z –también conocida como ‘centennial’– está compuesta por los jóvenes que nacieron entre 1995 y el 2010. Comprende cerca del 25% de la población mundial y ya son un factor clave en la definición de políticas laborales de las empresas y las políticas públicas de los estados. Entre otras razones, porque el hecho de ser literalmente nativos digitales, hijos de la globalización y de un mundo de constantes disrupciones tecnológicas, les da ciertas peculiaridades respecto de distintas realidades fundamentales.

Por ejemplo, esta generación de peruanos –de la que no hablamos mucho, por cierto– la componen, a decir de expertos en hábitos de consumo, personas esquivas a ciertos valores otrora fundamentales para la convivencia social. En el ámbito laboral, prefieren la experimentación y la autonomía a la estabilidad y la permanencia. En ese sentido, buscan desafíos. Y respecto de cuestiones valorativas, son personas muy interesadas en los desafíos que enfrenta la sociedad moderna en su conjunto. Haber crecido en un mundo cada vez más conectado e interdependiente les genera una conciencia ‘glocal’ (global y local).

Ahora bien, estos jóvenes peruanos son también parte de una población que no es de fácil lectura para el poder formal: ni el poder público ni el político los terminan de leer correctamente. Por lo que con frecuencia se dice que, si existe desafectación política, son los ‘centennials’ los más desafectos.

Y, sin embargo, vimos a la generación Z en pleno, en las calles de Lima y las principales ciudades del país, en el mes de noviembre del año 2020 pidiendo la renuncia del expresidente Manuel Merino. “Se metieron con la generación equivocada”, señalaban en sus carteles. Esas marchas luego se apagaron y entonces ha quedado la incógnita de si en verdad tienen o no interés en la cosa pública.

Al respecto, la politóloga Paula Távara dijo alguna vez que a nuestros ‘centennials’ les interesa la cosa pública, pero no para viabilizarla vía instituciones como los partidos políticos. Vale preguntarse entonces cómo ejercitan su compromiso con ciertas causas sociales si no lo hacen a través de aquellos espacios.

La respuesta a esa pregunta tal vez aparezca en lo que acaba de suceder con las elecciones argentinas y la confirmación de Javier Milei como el ‘celebrity’ de TikTok vuelto presidente. Y si bien se puede pensar que Milei es uno más de los habituales ‘outsiders’ a los que solemos ver en Latinoamérica últimamente, en su victoria, el papel que la gente muy joven ha tenido es relevante de destacar.

El expresidente argentino Mauricio Macri acaba de indicar, tratando de explicar qué pasó con el holgado triunfo de Milei, que el rol de los jóvenes está siendo crítico en toda esta nueva etapa, en todo el trayecto. Antes, durante y después.

Porque si bien Milei supo conectar con esos ‘centennials’ frustrados con capacidad de hacer cosas, pero sin ser convocados por los “grandes” –orcos–, también ha sabido mantener su apoyo hasta ahora mediante el canal natural que atrae a estos nativos digitales: las redes sociales.

Por ejemplo, todas las redes sociales que se abrieron para impulsar la campaña de Milei siguen igual de activas e incluso se han vuelto más intensas, mostrando un interés inusitado en lo que puede pasar ahora que empieza el nuevo gobierno. Tal y como lo ha deslizado Macri, en Argentina hoy existe un “mandato popular” muy profundo liderado por los jóvenes para defender las reformas que promoverá el flamante ganador de las elecciones. ¿Por qué? Porque son reformas que les tocan directamente.

Para el Perú, como se ha dicho antes aquí, lo que sigue pasando en Argentina es muy aleccionador, ya que nos muestra una nueva fuerza poblacional que todavía no se está convocando adecuadamente vía sus canales naturales –lo digital–, pero que ya se ha tumbado a un presidente y a alguna que otra ley injusta (como la llamada ‘ley pulpín’).

Ojo con nuestros ‘centennials’, que están en estado de hibernación, esperando la siguiente primavera de hacking cívico.

Maite Vizcarra Tecnóloga, @Techtulia