"Su legado es claro. Nada lo arredraba cuando se trataba de la aventura del conocimiento". (Ilustracíon: Víctor Aguilar)
"Su legado es claro. Nada lo arredraba cuando se trataba de la aventura del conocimiento". (Ilustracíon: Víctor Aguilar)
Alonso Cueto

A doscientos cincuenta años de su nacimiento, dondequiera que estemos, aparece el nombre de Alexander von Humboldt: en la corriente fría que lleva su nombre, en la moneda que acaba de emitir el Banco Central de Reserva, en la denominación de un pingüino, de un calamar y de otros animales esparcidos por el mundo, en el nombre de minerales, de parques, de bosques e incluso de un cráter en la Luna y de un asteroide que se mueve alrededor del Sol. Al revisar nuestra historia podemos decir incluso que contribuyó a la independencia de América Latina. Este oriundo de Berlín, que a los 29 años decidió venir a nuestro continente, ha dejado una huella tan grande que todos reconocemos su nombre como nuestro. Fue un viajero por vocación. Antes de venir había sido inspector de minas, un cargo que le permitía transportarse a muchas ciudades alemanas, entre ellas Jena, donde tuvo amistad con Schiller y Goethe (se dice que inspiró parcialmente el “Fausto”).

Humboldt era capaz de cualquier cosa. Tenía la sabiduría de un científico y la raza de un aventurero. Poseía la virtud más importante de todas: una curiosidad apasionada por la diversidad del mundo. Gracias al permiso del rey Carlos IV llegó a Hispanoamérica en 1799. En las selvas del Orinoco se embarcó en el río tropical pero también subió al Chimborazo, considerada entonces la montaña más alta de América. En el camino iba tomando anotaciones sobre la fauna, la flora, el clima. Estuvo en Lima desde junio hasta diciembre de 1802. Habiendo conocido otros territorios peruanos acuñó una frase: “Lima está tan lejos de Londres como del resto del Perú”. Aquí estudió las corrientes frías del mar a las que le daría su nombre. Luego, en compañía del francés Aimé Bonpland, viajó a México y a Cuba. En 1804 fue recibido en Washington por el presidente Jefferson. Humboldt le explicó algunos de sus descubrimientos de la naturaleza en territorio mexicano. Todo indica que fue un colaborador involuntario de los planes de conquista de México que Estados Unidos ya preparaba. Sus conversaciones con Jefferson fueron estimulantes, pero Humboldt tenía una aversión por el sistema de esclavitud norteamericano.

Fue a su regreso a París en ese mismo año cuando conoció a Simón Bolívar, quien lo citaría como una inspiración para su proyecto de independencia. Durante los siguientes veintitrés años, Humboldt escribió más de treinta volúmenes sobre sus descubrimientos en las Américas. Su libro “Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente” es el primer estudio científico integral de nuestra región. No contento con eso, viajó a Rusia y llegó hasta la frontera con China. Luego publicaría su libro “Kosmos”, una palabra que acuñó como una descripción del universo armónico. Fue también el primero en avizorar los peligros del cambio climático.

En todo este período mantuvo correspondencias múltiples y generosas con otros científicos. Andrea Wulf, autora de una interesantísima biografía “La invención de la naturaleza”, dijo en el Hay Festival de Arequipa el año pasado que Humboldt es venerado en América Latina pero más bien ignorado en el resto del mundo. Su entierro en 1859 en Berlín, cuando había cumplido 90 años, fue multitudinario. Era el científico más famoso del mundo. Su fama, sin embargo, ocultó los misterios de su vida personal. Aunque tenía amigos, siempre fue más bien un tipo solitario, devoto de sus obsesiones. Pero su legado es claro. Nada lo arredraba cuando se trataba de la aventura del conocimiento. El Perú tiene mucho que agradecerle. Siempre creyó en la armonía de lo diverso, esos lazos de unión que nos siguen faltando.

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