¿Qué hace globalmente exitosa a una nación? ¿Cuáles son exactamente los determinantes de que algunos países alcancen influencia mundial y desarrollo interno, mientras que otros luchan, a duras penas, para ser protagonistas de su propia historia? Un reciente trabajo de la Corporación RAND, de EE.UU., investigó precisamente eso. Durante 15 meses, un equipo de especialistas –que incluía historiadores– analizó casos y estadísticas de desarrollo, innovación, demografía, entre otras variables, a través de los siglos y los continentes.
Michael J. Mazarr, quien lideró el esfuerzo, indica en la revista “Foreign Affairs” que su trabajo encontró siete características clave: ambición nacional, énfasis en el aprendizaje y la adaptación, diversidad y pluralismo, un gobierno activo, instituciones sociales eficientes, identidad nacional común y coherente, y oportunidades compartidas para los ciudadanos. Según el informe, no es el poderío militar ni los avances tecnológicos lo que hace que las naciones sobresalgan en el largo plazo, sino estas siete llaves.
En su explicación sobre el primer punto –la ambición nacional–, Mazarr comenta que una visión de futuro con sentido de propósito es fundamental para guiar la acción colectiva. El Perú, lógicamente, está lejos de aspirar a niveles de influencia global, pero en su camino quizá puede recoger parte del análisis de la Corporación RAND, y este punto en particular es clave.
Es inevitable, en el actual contexto, no contrastar lo anterior con la reciente encuesta de Ipsos Perú, encargada por Apoyo Consultoría, sobre las percepciones del progreso nacional. De acuerdo con el estudio, dos de cada tres peruanos piensan que el Perú está retrocediendo, la cifra más alta desde 1991. La otra cara de la misma moneda es que la proporción de personas que opina que el país progresa alcanza solo el 3%. Si bien la tendencia en deterioro se registra desde el 2017, la percepción de retroceso se intensifica desde el año pasado. Por su parte, las expectativas sobre el futuro económico del país también registran un duro golpe: entre el 2010 y el 2021, la mayoría opinaba consistentemente que la situación económica mejoraría en el futuro; ahora son solo el 15%.
Las consecuencias de este proceso de intensiva decepción nacional serán –muy posiblemente– la herencia más nociva que nos deja este ciclo político que parece interminable. Las decisiones de largo plazo de familias y empresas son fundamentalmente distintas entre un país que mira su futuro con optimismo y uno que no. Invertir en un departamento familiar o incluso formar una familia, tomar un curso de especialización profesional, abrir una segunda bodega, ampliar la capacidad de producción de una planta, y miles más, son todos ejemplos de las decisiones que tomamos cuando creemos en el futuro del país. Incluso más dolorosa es la idea de que hoy miles de jóvenes con talento y ganas de trabajar preferirán abrirse camino en otros países que les permitan desarrollar todo su potencial y tener mejor calidad de vida para ellos y sus familias. La pérdida en capital humano para el Perú podría ser enorme, y de eso no es fácil recuperarse.
La economía, se sabe, tiene mucho de profecías autocumplidas: expectativas negativas generan resultados negativos, lo que a su vez valida las expectativas iniciales. Es por eso que preocuparse únicamente por los indicadores de actividad económica reciente, como el PBI del mes pasado, es un error; la economía también se construye con mensajes, narrativas, percepciones y visión de futuro. Eso es parte de lo que quiere decir el estudio de la Corporación RAND, pero en el Perú no necesitábamos un equipo de especialistas por 15 meses para identificar ese punto.