La semana pasada nos demostró –una vez más– que el tema de la equidad de género despierta la histeria conservadora. Según la excongresista Rosa Bartra en una entrevista radial, tenemos un “gobierno que solamente se preocupa por la ideología de género y por enseñar a las niñas que empoderarse es masturbarse”. Ya el año pasado aquellos que insisten en que el enfoque de género es realmente una “ideología” también nos advirtieron que la búsqueda de la equidad llevaría inexorablemente a la homosexualización de nuestros hijos, al sexo anal, al contagio de sida, al desarrollo de cáncer e inclusive –¡qué horror!– al placer, cuando “la función biológica del sexo y de su anatomía orgánica es la reproducción…” (Tamar Arimborgo, otra excongresista, dixit).
Por comportamiento histérico comúnmente se entiende un estado de “intensa excitación nerviosa” que produce “reacciones exageradas”. Desde 1980 la histeria ha sido excluida del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DMS) porque era un término que abarcaba mucho y de poca precisión. Lo que eran sus síntomas se encuentra ahora distribuido entre los trastornos de disociación, conversión y somatomorfos. Sin embargo, por muchos siglos fue considerada erróneamente como un trastorno psicológico típicamente femenino. Ello explica su nombre, ya que tiene como base ‘hystera’, palabra griega que significa ‘útero’. También desde tiempo atrás se pensaba que su causa principal era la privación sexual y, por ende, la cura era el orgasmo femenino.
Esta terapia se hizo común en la Inglaterra victoriana y las mujeres “histéricas” acudían al médico para recibir “masajes pélvicos” hasta alcanzar el clímax. Muchos galenos, no obstante, protestaban porque algunas pacientes tardaban mucho en culminar y se les cansaba la mano. Al rescate vino la revolución industrial. Como nos narra Rachel P. Maines, en su reconocida investigación “The Technology of Orgasm: Hysteria, the Vibrator, and Women’s Sexual Satisfaction”, el vibrador (consolador) fue desarrollado para asistir al clínico. El estudio de Maines sirvió de base para una divertida película británica justo titulada “Hysteria” (2011).
En las primeras tres décadas del siglo XX, el vibrador se convirtió en uno de los electrodomésticos más vendidos en Estados Unidos. El famoso catálogo de la tienda Sears los comercializaba como aparato masajista porque, como ha investigado Hallie Lieberman (2016), la censura de entonces no permitía anunciarlos como ‘sex toy’. Lieberman analiza cómo se utilizó el márketing y la publicidad para sugerir el uso sexual del vibrador, y lo hacía vía imágenes de mujeres felices y satisfechas e incluyendo un accesorio con forma fálica.
A partir de mediados del siglo XX, la sexología puso en evidencia algo que era un grito a voces: la insatisfacción de la mujer en las relaciones sexuales convencionales. Elizabeth Lloyd (2006) analizó 33 estudios realizados en un período de 80 años. Descubrió que –mientras que más del 95% de los hombres estadounidenses consistentemente alcanzaba el orgasmo durante el coito vaginal– solo un promedio del 25% de las mujeres lograba lo mismo. En cambio, la mayoría decía que solo llegaba con seguridad al clímax si la penetración estaba acompañada por la estimulación del clítoris. No solo eso, sino en países en los cuales hay estudios longitudinales sobre la sexualidad (como Finlandia), una mayoría de las mujeres logra el orgasmo –con mayor frecuencia y consistencia– vía la masturbación.
Aunque el orgasmo masculino no es lo mismo que la eyaculación, están íntimamente relacionados y para la mayoría de los hombres son indistinguibles. Es decir, son procesos biológicos claramente asociados con la reproducción. El orgasmo femenino, en cambio, no juega papel alguno en el embarazo. Insistir en que la función principal del sexo es tener bebes, entonces, es una forma de garantizar el goce sexual del hombre y relegar el femenino. Es una imposición más del patriarcado.
En cambio, defender el derecho de la mujer al libre desarrollo de su propia sexualidad –desligado o no de la reproducción, con o sin masturbación– sí es una forma de empoderamiento. No es, pues, la caricatura grotesca que presenta Bartra tratando de desvirtuar el enfoque de género al confundirlo con una suerte de corrupción de menores.