"El hecho de que estemos dispuestos a defender la institución congresal no nos impide ver, sin embargo, que la caterva de piratas de toda denominación que dominó el hemiciclo durante los tres años anteriores al golpe fabricó minuciosamente la coartada que ese atropello necesitaba". (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa)
"El hecho de que estemos dispuestos a defender la institución congresal no nos impide ver, sin embargo, que la caterva de piratas de toda denominación que dominó el hemiciclo durante los tres años anteriores al golpe fabricó minuciosamente la coartada que ese atropello necesitaba". (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa)
Mario Ghibellini

Creían los antiguos griegos que al morir sus almas eran trasladadas al inframundo por un barquero que respondía al nombre de Caronte. Respondía, claro, si uno estaba de suerte, porque en general era un viejo hosco y de mirada fiera que gustaba de aporrear con el remo a los pasajeros de la nave cuando se quejaban mucho de su nuevo estatus. Fueron pocos, sin embargo, los que alguna vez se atrevieron a retarlo, pues sus servicios eran indispensables para el finadito que quisiera cruzar el río que separaba el mundo de los vivos de la morada a la que ahora estaba destinado. Y que ni se le ocurriera dejar de pagar su pasaje (con la moneda que sus parientes le habían colocado en la boca al momento de enterrarlo), porque corría el riesgo de quedarse varado en la orilla por toda la eternidad.

Popular en la mitología, Caronte tuvo también ciertas apariciones estelares en la literatura. Eurípides, Aristófanes y Virgilio lo mencionan o le conceden un pequeño papel en algunas de sus obras más celebradas; y Dante lo convirtió en el personaje central del Canto III del Infierno en la “Divina Comedia”. Pero desde entonces, poco se ha sabido de él. Tiempo que no se le ve…

Todo indica, no obstante, que pronto vamos a tener noticias suyas, porque la próxima semana la concluye sus funciones y corren rumores de que viene a recoger a sus miembros.


—Comisión remanente—

No queremos sugerir con esto, desde luego, que estén ellos literalmente al borde de la muerte o que se la deseamos. Lo que queremos decir es que, después de su opinable performance dentro y fuera del Palacio Legislativo, se nos hace difícil imaginar una extensión de su vida política. Repasemos algunos de los nombres de los integrantes de este último apéndice del Congreso anterior para que la idea quede clara.

Conforman la citada comisión, por ejemplo, Luciana León, Héctor Becerril, Justiniano Apaza (el que declaró que los emerretistas podían ser “presos políticos”), Rosa Bartra, Clemente Flores, Luis Galarreta, Pedro Olaechea, Karina Beteta… ¿Suficiente?

Señalemos de antemano que, a nuestro juicio, no todos ellos merecen ser conducidos al Averno (a algunos Caronte los podría desembarcar, más bien, en la isla de Gilligan), pero que vuelvan a gozar del favor popular es una eventualidad que se nos antoja remota.

En honor a la verdad, además, los deleznables atributos que encontramos en ellos –deshonestidad, soberbia, incompetencia, etc.– los podíamos encontrar también en muchos de los congresistas que tuvieron que dejar de visitar la plaza Bolívar desde el 30 de setiembre pasado. En ese sentido, la Permanente es una buena acumulación de sedimentos de lo que fue la representación nacional elegida en el 2016, y quizás un nombre más adecuado para ella en estos últimos meses habría sido el de “comisión remanente”.

Por si acaso, en esta pequeña columna seguimos pensando que la orden de cerrar el fue inconstitucional y que aquello de la “denegación fáctica de la confianza” fue una pastrulada conceptual cuya estela perseguirá a hasta el día en que lo pasen a recoger también a él (dicho sea de paso, ¿qué rigor constitucional se puede esperar del presidente que cree que es jefe de gobierno y no de Estado, y que si tiene que viajar al extranjero puede dejar al titular del Parlamento a cargo del despacho presidencial?). El fallo del Tribunal Constitucional al respecto –que hay que acatar– pone fin a la disputa legal, pero no a la política ni a la principista.

El hecho de que estemos dispuestos a defender la institución congresal no nos impide ver, sin embargo, que la caterva de piratas de toda denominación que dominó el hemiciclo durante los tres años anteriores al golpe fabricó minuciosamente la coartada que ese atropello necesitaba. No creemos exagerar si decimos que el 90% de la anterior conformación parlamentaria merece pasar al olvido. No el de la fiscalía o el Poder Judicial, sino el de los ciudadanos que contemplamos incrédulos durante tanto tiempo su festival de blindajes, porcelanatos y toqueteos sin poder hacer nada.

Y como hemos podido comprobar, en la Comisión Permanente supieron conservar esa misma proporción de representantes prescindibles.


—Paguen con sencillo—

¿Pudieron haber hecho los integrantes de esa comisión algo distinto a lo que han hecho desde que quedaron como última y disminuida expresión del Poder Legislativo depuesto? Pensamos que sí. Para empezar, asistir a todas las sesiones. Porque entre los que renunciaron para postular en las elecciones de enero y los que se tiraron la pera cada vez que había mucho tráfico para llegar al centro formaron un quórum que se encargó de hacer lucir a esa instancia más irrelevante de lo que ya era.

Es cierto que sus funciones oficiales estaban bastante acotadas (solo debían analizar los decretos de urgencia emitidos por el Ejecutivo durante el interregno y pasar sus conclusiones al siguiente Parlamento), pero pudieron tratar de ejercer el contrapeso al Ejecutivo que tanta falta hacía con simples pronunciamientos mayoritarios anunciados en el Hall de los Pasos Perdidos que la prensa no habría dejado de divulgar.

En su desaliento, no lo hicieron y por eso –y por todo lo anterior– viene ahora Caronte a recogerlos. No creemos que les falte sencillo para cubrir el pasaje, así que sin mucho trámite los veremos seguramente partir una de estas mañanas sin ser todavía muy conscientes de que el río mítico que están cruzando no es el Estigia o el Aqueronte, sino el Leteo, porque su destino esta vez es perderse en el olvido.