El mundo posterior al coronavirus será diferente al actual. Los edificios y casas van a requerir sistemas de purificación del aire y revisión de la calidad del agua. Al ingresar a un concierto, sala de cine o estadio, se inspeccionaría, además de la posesión de armas, la temperatura corporal, la normalidad del aliento y otras señales biológicas. En los aeropuertos, el pasaporte podría estar integrado a la historia clínica global y las visas, sujetas a verificación de vacunaciones.
El teletrabajo será impulsado gracias a las tecnologías de telefonía con el desarrollo de cámaras y sistemas de comunicación más veloces. En todas las ciudades, las organizaciones y empresas privadas están aplicando el empleo remoto (al escribir estas líneas, por ejemplo, Naciones Unidas trabaja masivamente desde casa). Esto conducirá a un cambio en el contenido del empleo con una dimensión de liderazgo y supervisión diferente, quizá más relacionada a la confianza.
Las cadenas globales de suministro, las ‘supply chains’, que en algún momento eran una forma de reducir costos, aumentar la velocidad de fabricación de los productos y expandir la distribución a mercados remotos, serán reemplazadas por sistemas más compactos donde los diversos componentes de producción estarán más cerca. Esto reducirá la incertidumbre ante posibles pandemias, desastres naturales o crisis políticas. La idea de que los países menos avanzados pueden industrializarse vinculándose a cadenas globales de producción va a tener que ser repensada.
Las urbes van a requerir de sistemas apropiados de salud, no solo de hospitales, sino de seguros médicos además de niveles mínimos de protección social para los que tienen trabajos temporales –que son los primeros en sufrir ante una crisis–. El cierre de actividades en ciudades afectadas por el COVID-19 deja a una enorme población a la deriva por tiempo indefinido. Los sistemas de bienestar deberán incorporar esas variables.
Es muy posible que este tipo de pandemias ocurra con frecuencia en las próximas décadas, y, así como el servicio militar en el pasado, se establezca un esquema básico de servicio médico obligatorio donde la población sea entrenada para utilizar equipos de detección de bacterias y virus, y esté lista para actuar en casos de emergencia a fin de auxiliar a los afectados. En el mundo en desarrollo, además de lo anterior, considerando la existencia de asentamientos informales, la falta de hospitales y la precariedad de los servicios, es necesario contemplar esquemas de cooperación y ayuda de bajo costo para ajustar las ciudades a los diversos contextos.
Es muy pronto para medir la evolución de la crisis, pero varios países de Asia, donde se inició la pandemia, al parecer están logrando contenerla: China, Singapur y Hong Kong han diseñado planes nacionales de emergencia con desplazamiento rápido de personal médico, Japón tiene aplicaciones telefónicas para consultas con médicos voluntarios y protocolos de comportamiento acatados por la población, Corea del Sur cuenta con aplicaciones en los teléfonos celulares para identificar las áreas de expansión del virus, y determinar aislamiento y tratamiento inmediato. En términos de la duración, si la experiencia de Asia es una referencia, los países que establecieron controles en enero han alcanzado un pico máximo de contagio a mediados de marzo, en dos meses, el resto de la curva puede ser más larga, pero con tendencia a disminuir.
La crisis del coronavirus va a redefinir la globalización y las ciudades. Las urbes requerirán de edificios con sistemas de circulación de aire y desinfección, los vecindarios necesitarán de espacios públicos apropiados, la movilidad del transporte deberá ser multimodal para evitar excesivas aglomeraciones, todo lugar público tendrá que implementar espacios mínimos para cumplir con las distancias sociales. Ya no son temas de largo plazo el evitar hacinamientos en viviendas precarias y la eliminación de los barrios marginales, se requerirán políticas y acciones al respecto. La nueva globalización será una oportunidad para las empresas, ciudadanos y autoridades de luchar con los enemigos invisibles a través de esfuerzos nacionales y multilaterales.
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