La cumbre de la Organización de Estados Americanos (OEA) que se llevó a cabo en Lima hizo bien en escoger como tema central de reflexión el de la e inclusión social.

Son dos las razones que mueven este tema, porque junto con la libertad, la igualdad es el otro gran principio de la democracia.

La primera razón está en el hecho de que, si queremos vivir en democracia, debe haber igualdad entre las personas en los pueblos de nuestro continente; desde luego, es un reto que debe conquistarse dentro de la libertad, pues todo intento de conseguir mayor simetría entre los seres humanos ha fracasado en los Estados y gobiernos autoritarios. Cuando se suprime la libertad en aras de la igualdad, se están creando las condiciones para que haya mayor desigualdad. La supresión de la libertad es la peor desigualdad.

Por ejemplo, la decisión del gobierno de Pedro Castillo de excluir a la prensa nacional de la reciente conferencia de prensa fue un acto discriminatorio y desigual. La razón de esta medida se debe al terror que tiene el presidente de dar la cara ante la opinión pública y los medios de comunicación de las acusaciones hechas por la Fiscalía de la Nación, encabezada por Patricia Benavides, en una actitud valiente enfrentando a la corrupción en el poder.

El segundo inciso del artículo 2 de la Constitución dice que toda persona tiene derecho “a la igualdad ante la ley” y que “nadie debe ser discriminado por motivo de origen, raza, idioma, opinión, condición económica o de cualquier otra índole”. Sin embargo, este enunciado normativo debe ser uno de los más violados en el país.

La segunda razón es que la igualdad no solo se reduce a la igualdad económica, que es necesaria y que para ello se requiere de inversión para que crezca la economía y haya más empleo; sin embargo, como sabemos, todo crecimiento tiene límites y es cíclico. Lo que sí llama la atención es que, a pesar del crecimiento que tuvo América Latina, es el continente en el que hay mayor desigualdad en el mundo. Es cierto que unos países crecieron más que otros, como lo es que unas naciones son más desiguales que otras. Si en los mejores momentos de nuestro crecimiento se hubiera distribuido equitativamente la riqueza, habría menos desigualdad económica, pero intervino un factor sociocultural y, vale decir, ideológico: la idea de que bastaba el crecimiento para disminuir la desigualdad. No se tomaron en cuenta una serie de prejuicios arraigados en las sociedades latinoamericanas y, por supuesto, en el Perú, como el racismo, la xenofobia, la homofobia, entre otros, que poco o nada tienen que ver con la economía, pero sí con la ideología entendida como concepción del mundo.

La desigualdad y la exclusión continúan en Latinoamérica, porque somos, salvo excepciones, sociedades de integración social baja y para pasar a ser sociedades de integración social alta tenemos que superar nuestros prejuicios. La vida humana no se reduce al crecimiento, la ganancia y la renta. Si estos prejuicios continúan, la igualdad será difícil de alcanzar y tanto ella como la democracia estarán en peligro, porque son indesligables.

El economista francés Thomas Piketty, en su libro “Capital e ideología”, explica que “todas las sociedades tienen necesidad de justificar sus desigualdades, sin una razón de ser, el edificio político y social amenazaría con derrumbarse; por eso, en cada época se genera un conjunto de discursos ideológicos que tratan de legitimar la desigualdad tal como existe o debería de existir, así como describir las reglas económicas, sociales y políticas que permitan estructurar el sistema”.

Entonces, ¿cómo se puede salir de la desigualdad? La respuesta no está solo en la ciencia, sino también en la ética. Es decir, hay que reconocer la condición humana de todos y asumir que el ser humano vale por lo que es y no por lo que tiene. Hay que construir, a través de la educación, una conducta humanista, una sociedad antropocéntrica y no adiafórica, que se basa en el desprecio de los otros.

Esto constituye un desafío no solo para Latinoamérica, sino para el mundo, que permita a toda persona acceder a los beneficios espirituales y materiales lo más ampliamente posible. De esta forma, nuestras sociedades serán más justas y libres.


Francisco Miró Quesada Rada es exdirector de El Comercio