“El empleo que generan los diversos servicios ocupa el 60% de la fuerza de trabajo en el Perú”. (Foto referencial: Perú21)
“El empleo que generan los diversos servicios ocupa el 60% de la fuerza de trabajo en el Perú”. (Foto referencial: Perú21)
Richard Webb

Son buenos tiempos para los amantes de las malas noticias, pero nada es perfecto. Comparto una buena noticia del campo del empleo, sin duda una de las preocupaciones centrales de la vida. Se trata de una transformación de gran trascendencia y de larga duración, que representa una inmensa mejora. En realidad, se combinan dos transformaciones que coinciden para liberar al ser humano en el mercado laboral.

Primero, el empleo ha dejado de consistir mayormente en un trabajo físico realizado con el hombro y la espalda en un campo de cultivo, esclavitud que fue la suerte humana durante milenios, y que en el Perú duró hasta hace menos de un siglo. Trátese de esclavos o campesinos libres con parcelas minúsculas, la dura labor física representó la mayor parte del esfuerzo laboral durante milenios. La revolución industrial fue un primer paso hacia la liberación laboral, cuando parte de la fuerza de trabajo fue transferida desde el campo a talleres y fábricas levantadas en los pueblos. Pero la fábrica solo cambiaba el esfuerzo de la espalda por otro trabajo físico, con las manos. En la “manufactura”, el aporte físico pasó de la espalda a los ojos y las manos en tareas casi robóticas, aunque, con la ayuda del tiempo y la lucha política, el trabajador se benefició de la mayor productividad de ese sistema de producción. Para el educador británico sir Ken Robinson, el currículo escolar que ha sido adoptado en todo el mundo, dedicado casi exclusivamente al desarrollo del lado izquierdo del cerebro, tuvo su origen en la necesidad de convertir a campesinos en buenos soldados de fábrica.

Hoy, el trabajo esencialmente físico y rutinizado del campo y de la fábrica se encuentra pasando a la historia, reemplazado en el mercado laboral por una explosión de tareas, capacidades y conocimientos humanos que exige la economía de servicios. Se trata de una transformación tan imprevista que incluso después de largas décadas de realidad sus consecuencias son poco estudiadas. El empleo que generan los diversos servicios ocupa el 80% de la fuerza de trabajo en Alemania y Japón, el 86% en Estados Unidos e incluso el 60% en el Perú. Si bien las capacidades que ejercen esos trabajadores son extremadamente variadas –el buen trato, los conocimientos, la buena intuición–, peluquero, enfermera, funcionario público, cosmetóloga, empleado de banco, fotógrafo, payaso, artista o maestro de escuela lo que tienen en común es una liberación de la esclavitud puramente física del agro y de las fábricas, y una necesidad más bien de una gran diversidad de facultades y capacidades humanas, como la inteligencia, la imaginación, la creatividad artística y la sensibilidad.

Un segundo efecto “libertador” de los cambios que vivimos es que se abren las puertas a una mayor participación de las mujeres. Si bien la mujer siempre se ha sumado a las labores físicas en el campo y en las fábricas, su acceso al empleo y su productividad laboral han sido recortados, tanto por sus limitaciones físicas para el trabajo físico como por el papel materno que impone la biología y que choca con el régimen de horario y lugar que exige la manufactura. El mundo de alta diversidad y pequeñas empresas de los servicios presenta una gran variedad de opciones a la medida de las aptitudes naturales y también de las necesidades de horarios y ubicaciones flexibles que son la característica de los servicios.

El futuro del empleo, creo, seguirá siendo cada día más diverso y más vinculado y estimulador de la diversidad de capacidades y aspiraciones humanas. Y el empleo seguirá deshaciéndose de las tareas pesadas, aburridas –o sea de las tareas hechas a la medida para los bueyes en el pasado, y para los robots en el futuro–.

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